Para entender cualquier acontecimiento pasado de la historia, los relatores destacan siempre las circunstancias de la época en que se produjeron los hechos, de tal manera que si analizamos en profundidad aquel contexto encontraremos las razones que justificaron el desencadenamiento del hecho analizado, así como ... el abordaje adecuado para solucionarlo. Pero lo verdaderamente importante de cualquier desastre natural, y las epidemias no son más que un ejemplo, es que nos permiten hacer un análisis social de las estructuras latentes, que son las que ponen de manifiesto lo que realmente importa a la población, y las carencias inherentes del sistema que hicieron posible el desencadenamiento de esos fallos estructurales. La historia de las epidemias nos ofrece enseñanzas considerables, pero solo si las personas conocen la historia y actúan con diligencia y sabiduría.
El análisis de algunos hechos históricos relacionados con las epidemias nos ha permitido conocer que las intervenciones médicas y de salud pública, a pesar de las bondades perseguidas, no siempre cumplieron con el objetivo deseado. La tecnología necesaria para erradicar la viruela se describió en 1798, pero el éxito de la vacunación no llegó hasta casi 180 años más tarde. En un brote de peste bubónica que tuvo lugar en San Francisco en 1900, los funcionarios de salud rodearon con cuerdas el Barrio Chino en un intento por contener el brote y solo los blancos podían entrar o salir del vecindario (una vez más el problema racial); obviamente esta intervención no tuvo ningún efecto. En teoría, la sífilis podría haber sido erradicada a principios del siglo XX, si todos hubieran seguido un estricto régimen de abstinencia o monogamia, pero en 1943 un oficial médico del ejército de EE. UU defendió que «el acto sexual no puede hacerse impopular»; después, cuando la penicilina estuvo disponible, la sífilis podría haberse erradicado más fácilmente, pero algunos médicos advirtieron contra su uso por temor a que se eliminara la penalidad de la promiscuidad (paternalismo mal entendido).
Desde la antigüedad son muchas las enfermedades endémicas que han azotado a la población como la disentería, la gripe, el sarampión, la viruela, la tuberculosis, la lepra, la peste bubónica y otras. Estas antiguas plagas se extendían en poco tiempo debido a una combinación de las pésimas condiciones higiénicas, la malnutrición y los elementales conocimientos médicos. El progreso ha hecho que las circunstancias hayan cambiado notablemente y desde la mitad del siglo XX las mejoras higiénicas y la implantación de los sistemas de salud junto con los espectaculares avances médicos, los antibióticos y las vacunas han dado un giro copernicano al abordaje de las nuevas pandemias como el VIH, el Ébola o el virus del Zika. Sin embargo, todavía seguimos siendo vulnerables ante nuevas situaciones como pueden ser las resistencias a los antibióticos, para algunos la pandemia del futuro, o a la emergencia de nuevos agentes como el actual coronavirus tipo 2 (SARS-CoV-2), causante del síndrome respiratorio agudo severo, que genera la enfermedad covid-19.
Hemos vivido momentos de confusión porque los gobernantes no han sabido transmitirnos «la realidad» del problema sanitario
Las pandemias son dramas sociales que la OMS (Organización Mundial de la Salud) define en seis fases y Charles Rosemberg las concentra en tres actos. Los primeros signos son sutiles y están influidos por el deseo de autoseguridad o la necesidad de proteger los intereses económicos, los ciudadanos desconocen las pistas de que algo está mal. La constatación de la propagación de la enfermedad es el segundo acto en el que el ciudadano necesita explicaciones tanto mecanicistas como morales. El tercer acto es la puesta en escena de la enfermedad y de las consecuencias que de ella se derivan como son la rápida diseminación y las muertes que genera. Para redondear el análisis del drama social de Rosemberg, habría que añadir un atribulado epílogo cuál es la desolación humana por la pérdida de los seres queridos y el posterior desastre económico.
Las epidemias se producen por un cúmulo de casualidades, desgracias o falta de cuidados de alguien concreto que, por acción u omisión, ha favorecido la llegada o diseminación del agente causal, y no tiene por qué ser un único individuo, puede ser un colectivo o la conjunción de varios. Hay circunstancias favorecedoras como son el cambio climático y el consumismo excesivo que favorecen la destrucción de los ecosistemas, barrera natural a la propagación de los patógenos, y la ruptura del equilibrio ecológico, provocando la contaminación y deforestación, lo que favorece las extinciones masivas y el comercio ilegal de especies salvajes, sin barreras ni controles sanitarios, facilitando, así, el salto de patógenos a los humanos y la aparición de nuevas enfermedades. En un mundo globalizado como el actual, la transmisión de persona a persona, hace que el nivel de contagio sea exponencial. La rápida propagación en una zona determinada, con afectación de un significativo número de personas, da lugar a una crisis que hace aflorar las diferencias sociales. Ante esta situación, los gobiernos despliegan su poder e imponen acciones a los ciudadanos, que incluyen la pérdida de sus privilegios, generando una dinámica de conflicto social
Aunque es verdad que una pandemia como la actual es algo impredecible, no es menos cierto que la gestión no ha sido la más adecuada y que ha habido ocultación de información. Hemos vivido momentos de confusión porque los gobernantes no han sabido trasmitirnos «la realidad» del problema sanitario, ya sea por ignorancia o por inacción por intereses bastardos, pero, ideológicamente, ningún proyecto político debería ser viable sin una historia creíble del pasado y una visión convincente del futuro. La mentira y la ocultación de la verdad por parte de los gobernantes, anteponiendo sus intereses de partido al interés social, son el origen de la desconfianza de los ciudadanos. La credibilidad se construye en base a la honestidad del trabajo cotidiano, que genera confianza en los demás, y es la base del liderazgo. La falta de credibilidad, deliberada o encubierta, de cualquier individuo, es, probablemente, el hecho más deleznable que puede cometer cualquier persona.
Los problemas complejos necesitan soluciones complejas que deben basarse en acuerdos y compromisos entre los responsables políticos a los que se les debe exigir coherencia, credibilidad y el adecuado asesoramiento para buscar la mejor solución a cada una de las cuestiones planteadas. Ante un problema de la trascendencia y complejidad de la pandemia del covid-19, los gobernantes deberían saber rodearse de los técnicos más adecuados, en materia sanitaria y económica, al margen de la ideología, para que un desastre de esta naturaleza se resuelva de la mejor manera, en el menor tiempo y con el menor coste posible. Soy optimista y creo que, al margen de todos los errores vividos, el mundo continuará avanzando, y nuestra sociedad volverá a ser igual que antes pero mejorada, porque incorporaremos las enseñanzas aprendidas de este desastre. Queremos que nuestra sociedad del futuro esté compuesta por ciudadanos libres e iguales y no por ciudadanos resentidos y nostálgicos que intenten librarse de las limitaciones impuestas por los gobernantes, como consecuencia del desastre acaecido, porque, en este caso, los ciudadanos se parecerían a los «pájaros bobos», imaginados por Jorge Luis Borges en 'El Libro de los Seres Imaginarios', que volaban hacia atrás porque no estaban interesados en a dónde iban, sino, sólo, de dónde vinieron.
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