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Hace pocas fechas un narrador deportivo comentaba, entre sorprendido y complacido, lo bien que hablaba castellano y sin apenas acento el pelotero de turno, que acaba de entrar en el terreno de juego. Curiosamente el futbolista, a sus apenas dieciocho años, además de ser un fenómeno al Fortnite, hablaba bastante bien la lengua de Lope de Vega porque había nacido por estos lares ibéricos, al igual que sus padres. Su piel negra y un apellido complicado suponían el cóctel perfecto para la suspicacia.

Los prejuicios nos persiguen. Se puede ser negro o con ojos rasgados y ser tan hispano como Séneca. No conviene olvidar que la tierra que nos acoge, el país, la comunidad, la provincia, comarca, pueblo, calle o 'prao', han tenido muchos nombres y denominaciones. Muchos son los que por ella han pasado llamándose dueños o conquistadores. Por lo que decidir desde el siglo XXI quién es qué se me antoja un tanto ridículo.

Un análisis de ADN es una excelente vacuna contra la xenofobia, ya que seguramente seamos odiadores de nosotros mismos. La mezcolanza que cada uno llevamos dentro es de tal magnitud, que el maremágnum genético nos hace a todos ciudadanos del mundo. Nunca el mundo fue más global, nunca pudimos conocer más, e incluso si el bolsillo nos lo permite descubrirlo in situ. Sin embargo, paradojas de nuestro tiempo, nunca tantos fueron tan cortos de miras. Nos seguimos mirando el DNI, el árbol genealógico y el pedigrí para decidir si alegrarnos o no con ciertos triunfos, si este o el otro es de los míos. Si estoy con él o contra él.

Cómo no amar la tierra que te ha visto nacer o el lar familiar. Nada más lógico. Pero eso no implica nacionalizarlo, apropiárselo y escupírselo a la cara del otro y hacer de ello un arma arrojadiza.

¿Quién no es emigrante de una u otra manera? Bien él mismo o su familia. ¿Acaso nunca nadie de los suyos se ha movido de dónde nació? ¿Cuántos kilómetros son necesarios para que se considere emigrante? ¿O cuántas fronteras? ¿O acaso hablamos de papeles, de pecunio, colores, religiones...? Evidentemente que no es lo mismo llegar a la playa en patera que en yate. Según números, estudios e informes de diversas fuentes, España necesitará aproximadamente siete millones de inmigrantes en los próximos treinta años para mantener el crecimiento y la demografía. Una enorme contradicción, diremos. Paro, no se tienen hijos, población envejecida. Complejo encaje.

La lotería del lugar de nacimiento determina toda nuestra vida. Un día la cigüeña con el GPS o el Google Maps sin cobertura acaba marcando nuestro destino. Por una errata en la distribuidora divina el mozo destinado a Reinosa ve la luz en Reynosa, que no está mal, pero el chavo tendrá pasaporte mexicano y participará en concursos de tamales, en lugar de en el de ollas ferroviarias. Sin duda, yo probaría ambas.

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