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Cuenta mi madre que, cuando era niña, un enorme aparato de radio presidía el salón de su casa y, en torno al mismo, la familia ... se sentaba cada día para escuchar la música y las voces que la magia de las ondas transformaba en la más sofisticada y moderna forma de entretenimiento. Pero había un problema. El programa favorito de mi madre era 'El Hotel la Sola Cama', un espacio de humor conducido por un locutor llamado Pepe Iglesias 'El Zorro'. Las desquiciadas aventuras del Finado Fernández en la voz de este cómico argentino hacían las delicias de los niños..., pero mi abuelo, sencillamente, no podía soportarle, de modo que pocas veces se escuchaban sus programas.
Un día, mi abuelo viajó a París, por negocios, y a su regreso, tan pronto cruzó el umbral de su casa, toda la familia se quedó asombrada porque literalmente le salía música del bolsillo de la gabardina. Aquel milagro se llamaba transistor y mi abuelo lo traía desde Francia porque, aunque no le hacían ninguna gracia las bromas de 'El Zorro', mi madre era la niña de sus ojos y desde aquel día pudo escucharle en su cuarto sin atizar el fuego de uno de esos problemas generacionales que, seguramente, otros hemos conocido a cuenta de la televisión o de internet.
'El Zorro' no resistió la llegada de las imágenes al salón de la casa y, aunque lo intentó con un programa titulado 'La Gran Parada', en este caso, el video sí que mató a la estrella de la radio, tal y como cantaban The Buggles.
Las grandes actores radiofónicos se eclipsaron; las novelas y después los culebrones, ocuparon el lugar de los seriales interminables y aquellos enormes estudios, capaces de acoger entre sus paredes a toda una orquesta que tocaba en directo, se transformaron en pequeñas trincheras acolchadas. Pero la radio está más viva que nunca, incluso ha surfeado con éxito el tsunami de internet y no solo ha conseguido ampliar sus fronteras gracias a la banda ancha, sino que se ha diversificado en un subproducto llamado podcast que, a falta de 'El Zorro', incluso mi madre escucha.
Tengo la suerte de convivir, día a día, con jóvenes estudiantes de Periodismo y, de vez en cuando, veo a alguno de ellos probar el dulce veneno de la radio cuando realizan sus prácticas en la emisora de la universidad. Sé muy bien que jamás dejarán de abrasarse en esta pasión, porque una vez que balbuceas tus primeras palabras nerviosas delante de un micrófono, te transforma de tal manera que ya nunca serás el mismo. Así que hoy, en el Día Mundial de la Radio, no puedo dejar de agradecer a las grandes estrellas del medio y a los cientos de anónimos locutores la cálida compañía y el sonoro aprendizaje que me han regalado a lo largo de toda mi vida. ¡Porque encima es gratis!
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