La economía de Cantabria con luces largas
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Entre 1955 y 2023, la economía montañesa multiplicó por 6,7 el valor real de su producción, frente al 9,8 del conjunto nacionalAl referirse al crecimiento económico, a menudo solemos fijarnos en lo ocurrido recientemente, en el último trimestre o el último año, incurriendo así en un error de apreciación mayúsculo. El crecimiento económico es, por su propia naturaleza, un fenómeno de largo plazo, por lo que su análisis debe hacerse, siempre, tomando en consideración periodos de tiempo suficientemente dilatados. En caso contrario, cuando en lugar de las largas se aplican las luces cortas a su análisis, lo más probable es que obtengamos una imagen distorsionada de la realidad y que, por lo tanto, seamos incapaces de diagnosticar correctamente la situación y, en consecuencia, diseñar y aplicar los mecanismos necesarios para hacer que la misma mejore.
Este exordio viene a cuento de que, recientemente, Fedea ha hecho públicas unas series muy largas sobre el comportamiento de las principales magnitudes económicas regionales. Un encuentro sobre innovación y crecimiento en Cantabria, en el que hace poco tuve la fortuna de participar, también justifica el tratamiento de esta cuestión para nuestra comunidad autónoma.
Aunque la necesidad de responder con inmediatez a la publicación del último dato estadístico es comprensible, insisto en que, al hablar de crecimiento económico, es necesario adoptar una perspectiva temporal bastante larga. ¿Qué es, en este sentido, lo que revelan las series de Fedea antes mencionadas? Pues, siendo sinceros, y sea cual sea la magnitud macroeconómica considerada, nos revelan un panorama poco edificante; el de un declive que se ha ido acentuando con el paso del tiempo.
Para empezar, valga recordar que en los casi setenta años que median entre 1955 y 2023 (que es el periodo examinado por Fedea), la economía montañesa multiplicó por 6,7 el valor real de su producción. Este incremento, que es realmente pronunciado, se queda muy corto, sin embargo, si lo comparamos con el registrado a escala nacional, ámbito en el que el PIB se multiplicó nada menos que por 9,8. La conclusión, que no necesita de comentarios adicionales, muestra con toda su crudeza la decadencia económica relativa de la región. Esto se pone más en evidencia si consideramos que, aunque el PIB por habitante en Cantabria se multiplicó en el periodo mencionado por 4,8, en España lo hizo por 5,9, lo que supone que, si en 1955 el PIB per cápita de un cántabro equivalía casi al 115% de la media nacional, en 2023 suponía sólo un poco más del 93%. Si esta diferencia es, de por sí, muy abultada, piénsese que aun sería mayor en el caso de que la población en Cantabria hubiese crecido al mismo ritmo que en España; el haberlo hecho por debajo (aumentó un 42% frente al 66% del país) ha conllevado que el desfase del PIB per cápita sólo sea de 22 puntos (115-93) porcentuales. ¿Cómo se explica un comportamiento relativo tan poco edificante? Pues, entre otras muchas cosas, y de manera muy destacada, por la evolución de la productividad, que en la comunidad autónoma se vio incrementada un interesante 500%, pero que en España lo hizo un 530%. Sin lugar a dudas, de entre los muchos elementos que han contribuido a este menor crecimiento de la productividad en Cantabria, hay dos que, a mi juicio, tienen una gran relevancia. Por un lado, la estructura productiva de la región, un tanto sesgada hacia sectores económicos de baja o media productividad y, por otro, la escasa atención dedicada en la comunidad autónoma a la inversión en I+D+i; como es bien sabido, en esta materia no sólo estamos muy por debajo de la media europea sino, también, muy por debajo de la media nacional y, además, de forma consistente a lo largo del tiempo. No sorprende, por lo tanto, que entre los pilares del crecimiento que analiza la publicación 'Informe de la competitividad regional de España 2024', del Colegio de Economistas de España, el relativo a la innovación sea el que presenta un comportamiento más preocupante.
Aunque somos conscientes de que todas las cifras mencionadas podrían estar sujetas a revisiones y cualificaciones (la información estadística durante gran parte de la segunda mitad del siglo pasado es un tanto endeble y, por lo tanto, todo lo que se deriva de la misma hay que tomarlo con precaución), es indudable que las tendencias apuntan en una dirección muy concreta que, además, se ve corroborada por lo sucedido en las dos décadas largas que van transcurridas del siglo actual. No desdeñarlas y actuar en consecuencia debería ser una prioridad para todos.
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