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La economía española experimentará durante la primera mitad de 2020 una contracción sin precedentes. Todo parece indicar, en base a las previsiones de diferentes organismos (Banco de España, FMI y el propio Consejo General de Economistas, entre otros) que nuestro PIB podría reducirse entre ... un 7 y un 14%, y el déficit público podría repuntar hasta el 15%. El desempleo, por su parte, afectaría a siete millones y medio de personas y la deuda pública podría llegar a alcanzar el 113% del PIB a finales de este año.
Frente a los impactos de todo tipo que provoca una paralización económica de duración aún incierta, la intervención de las autoridades económicas y monetarias ha sido mucho más rápida y adecuada que en crisis precedentes. También el tejido productivo de la economía española se encontraba en mejor posición que en los años previos a la Gran Recesión, con registros de competitividad exterior que siguen sorprendiendo por su persistencia y con un sistema bancario con mayores niveles de solvencia, buena calidad de los activos y una holgada situación de liquidez. Por el contrario, el escaso margen de maniobra de las cuentas públicas y la todavía elevada tasa de paro, conformaban las dos principales vulnerabilidades de la economía española a finales de 2019.
En este contexto, el conjunto de medidas adoptadas por el gobierno para hacer frente a la fuerza destructiva de la pandemia se asemeja a una terapéutica de urgencias, destinada por encima de todo a mantener la supervivencia de empresas y puestos de trabajo que, antes del 'shock', tenían por delante expectativas de viabilidad y crecimiento. El despliegue de medidas financieras y fiscales de los últimos tres meses, tampoco tiene precedentes en la política económica española.
La siguiente fase a la que ya se enfrenta la política económica tiene que ver con la preservación de la actividad de las empresas solventes y con la recuperación económica, amenazadas ambas por las secuelas del confinamiento. En este escenario, los recursos en forma de ayudas directas, recapitalización de empresas, inversión pública o financiación a muy largo plazo, se vincularán a los retos pendientes de transición energética y digitalización de la economía.
Ante este panorama, las políticas que emanen de la Unión Europea serán un factor clave para la recuperación. Resultará fundamental que las iniciativas y fondos europeos se doten de instrumentos y recursos suficientes para evitar la degeneración de la pandemia en un 'shock' asimétrico en perjuicio de los países con menor capacidad financiera, como es el caso de Italia, España, Portugal y Grecia.
Muchos economistas coincidimos en cuáles son algunas de las cuestiones que habrán de acometerse a medio plazo: definir y ejecutar un plan de inversiones, replantear nuestro modelo industrial, incentivar la lucha contra el fraude y la economía sumergida, repensar nuestro mercado de trabajo, entre otras. Pero todo esto requiere de grandes pactos, por lo que no es sencillo que pueda acometerse de un día para otro.
Estamos ante una crisis económica y sanitaria sin precedentes recientes. Hemos de abordar, entonces, políticas sanitarias que dobleguen la curva de contagio, al mismo tiempo que políticas económicas que aplanen la curva de recesión. Suecia, por ejemplo, se negó a seguir a otros países europeos en la prohibición de que la gente saliera de sus casas, argumentando que no eran medidas sostenibles y podían dañar innecesaria y gravemente la economía. Así, los suecos han seguido yendo al trabajo, comiendo en restaurantes, comprando y enviando a los niños a la escuela. El coste en vidas ha sido, por el momento, más elevado que en los países de su entorno. Pero los economistas creen poco probable que Suecia pueda escapar a largo plazo del grave dolor económico del resto de Europa. La Comisión Europea pronostica que el PIB de Suecia caerá un 6,1% este año y que el desempleo alcanzará un máximo de entre el 9 y el 10,4%, cifras casi sin precedentes en este país escandinavo. El Reino Unido, que estaba más cerca de esta posición, cambió de política cuando vio que las proyecciones de muertos trepaban por encima del millón de personas si no se imponían controles de desplazamientos de personas y otras restricciones.
En definitiva, para detener la crisis debemos atacar su fuente. La atención debe centrarse en la contención del virus. Esto requiere acciones rápidas, creativas y contundentes, centradas sobre todo en medidas sanitarias. Es igualmente prioritario recopilar mejor información, desarrollar mejores estrategias de contención e implementar mejores políticas socioeconómicas para contrarrestar todas las perturbaciones creadas. La actual crisis ha puesto de manifiesto las fuertes interdependencias entre todas las economías y la necesidad de adoptar soluciones cooperativas para abordar al mismo tiempo los problemas sanitarios y los económicos. Debatir si es preferible salvar vidas o economías, es un falso dilema.
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