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Investigadores de dos universidades estadounidenses (Washington y Vermont) se han tomado la molestia de utilizar lo que hoy se llama 'minería de datos' ('data mining') para examinar 1.700 novelas, y han concluido que, por muy diversas que parezcan, todas pueden agruparse en sólo seis ... tramas o intrigas fundamentales. Lo novedoso aquí es el tipo de análisis, pero hace ya bastante tiempo que se sabe que los patrones para contar historias son sólo unos pocos. Al menos desde que Vladimir Propp se puso a escrutar los cuentos populares rusos hace un siglo.
El estudio que mencionamos indica seis tipos de narraciones según evolucione la fortuna del protagonista: (1) de pobre a rico, paso paulatino de la mala a la buena fortuna; (2) de rico a pobre, proceso inverso; (3) Ícaro, ascenso y luego caída; (4) Edipo, descenso seguido de un ascenso y de caída final; (5) Cenicienta, un esquema de ascenso-descenso-ascenso; y (6) 'persona en apuros', que primero cae y después se alza.
Evidentemente, los que terminan en descenso son melodramas y tragedias, mientras que los otros son historias de éxito: épico, romántico y/o cómico. Ambas estructuras reflejan la ambivalencia de la vida humana, destinada a una tragedia inexorable pero provisionalmente redimible con alguna clase de pasajera dicha.
Para mí, sin embargo, la principal distinción no reside en un final más o menos reconciliador, sino en la propia dimensión de la secuencia. Hay relatos de una sola flecha de fortuna, que sube o baja. Después vienen los de dos flechas: subir-bajar o bajar-subir. Y luego, los ternarios, como Edipo y Cenicienta, donde hay dos puntos de inflexión: donde todo se pone mejor y donde todo se hunde. Pero, ¿cuántas secuencias de flechas tendrían nuestras vidas si se narrasen, o las de nuestra comunidad, nuestro país, o la cultura a la que pertenecemos, o la humanidad en último término? ¿Es la vida una obra en sólo uno, dos o tres actos?
Claro que no. Lo que solemos hacer es distribuir retrospectivamente, a partir del presente y del juicio que nos merece, los acontecimientos en cadenas de patrones ternarios. Por ejemplo, la recesión económica tiene una primera etapa de ascenso (pasamos de pobres a ricos gracias a la creación de la Eurozona y su crédito fácil), un punto de caída tras el pánico financiero, que se prolonga hasta el fondo de la crisis, para iniciar después una década de recuperación. Es una 'historia-Cenicienta'. Pero sólo porque el cierre del relato lo situamos en un instante de crecimiento económico. Si las cosas van mal el año que viene, podríamos contar una 'historia-Edipo': un país que cae del bienestar a una profunda recesión, logra recobrarse con éxito, pero recibe un nuevo golpe que lo deja postrado.
Como la vida social y económica reviste carácter cíclico, siempre habrá una sucesión abierta y larga de secuencias de ascenso o descenso. Que una historia sea Cenicienta o Edipo depende de dos decisiones 'de autor': dónde acaba el relato y cómo valoramos ese punto final. En la práctica, la vida histórica es una carrera de relevos entre el incestuoso parricida de Tebas que se pierde por el poder y la encantadora joven que se casa con el poder. Pues también Cenicienta es una leyenda griega: la de Ródope, cortesana de la colonia de Naucratis en Egipto, que en ciertas versiones es desposada por el faraón, quien precisamente la localiza por su zapato.
Napoleón decía que la historia es solo una fábula pactada («Une fable convenue»), pero otros franceses porfiaron que es una novela verdadera («Un roman vrai»). Ninguna de las dos ideas puede ya admitirse, porque la 'historia-pensamiento', como constante aproximación al curso de la 'historia-acontecimiento', no puede realizar con seriedad metafísica esos 'cierres' de la aventura en novelas y cuentos, que los hacen tan 'redondos'. La verdadera conciencia histórica deberá ser más compleja, pero no sé si aún estamos en ello, porque nos embriaga la 'memoria histórica', es decir, la 'fable convenue'.
Por ejemplo, gran parte del trasfondo de la política de Cantabria es una narración histórica de la 'clase Cenicienta', con independencia de enfoques ideológicos. Hay un momento inaugural que se valora positivamente. Para unos es la capitalidad montañesa de la época de Alfonso XIII; para otros, los breves momentos promisorios de la Segunda República; para unos terceros, la buena posición relativa de la provincia durante el desarrollismo franquista, cuando era referente en ganadería e industria. El segundo capítulo es el hundimiento: una república caótica, la guerra y la dictadura, o la reconversión industrial y el duro ajuste al mercado común europeo. En un tercer acto, comienza una fase de ascenso, con el logro de la democracia y la autonomía, la venida de fondos de Bruselas y la euforia del cambio de siglo. Esta remontada fue puesta entre paréntesis por maleficios ajenos a la región (crisis internacional; crueldad de Alemania, nuestra madrastra monetaria), pero por fin se ha retomado y ahora de nuevo ataremos los perros con longanizas.
Con seguridad, algún día Cantabria pasará a una 'historia-Edipo'. Hemos tonteado no ha mucho con ella. Una región en declive había logrado rectificar y elevarse a un nivel incomparable, para caer y estancarse de la forma más dolorosa en el tercer paso. Una peculiaridad de los líderes políticos es que narran constantemente el cuento de Cenicienta, lo que es natural porque desean seducir al faraónico Leviatán que configuramos los integrantes del censo electoral. Lo peor para un político es 'hacer un Edipo', porque es cuando tienes que dimitir o te dimiten. Es más, podría predecirse con exactitud un resultado electoral midiendo cuántos votantes piensan en Cenicienta y cuántos en Edipo. Las elecciones no las ganan las oposiciones, sino que las pierden los gobiernos a los que ya no encaja el zapato.
Mientras llega el difícil momento de reponer 'Edipo en Cantabria', disfruten ustedes de los valses virtuales de Cenicienta en el 'prau' de La Pasiega con sus albarcas de cristal. Pero recuerden que la verdadera historia es una estructura mucho más larga y que, cambiando la escala de tiempos o la selección de contenidos, la narración tendrá un sabor muy diferente. Lo mejor en historia es elegir siempre el menú degustación.
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