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Mientras el conflicto en Gaza acapara los focos al cumplir dos meses con un inadmisible coste en vidas y una gigantesca catástrofe humanitaria, la guerra en Ucrania se mantiene estancada en el frente y ha perdido protagonismo, lo que no significa que su desenlace haya ... dejado de ser decisivo en el pulso que libran regímenes democráticos y autocracias para configurar un orden internacional a su gusto. Tiene pleno sentido la extraordinaria atención prestada por Occidente a la crisis que urge atajar en un polvorín de importancia estratégica como Oriente Próximo. Pero sería un mayúsculo error olvidar por esa causa los riesgos de una hipotética victoria de Vladímir Putin que dé alas a sus ambiciones expansionistas mediante la flagrante violación de los principios básicos que rigen el mundo libre.
Kiev no puede quedar abandonada a su suerte, como vino a recordar anoche el presidente Sánchez en su conversación con Volodímir Zelenski para reiterarle el respaldo de España. Si Ucrania ha resistido durante casi 22 meses a las tropas rusas ha sido gracias al extraordinario apoyo de Estados Unidos y la UE. Una ayuda que es ineludible mantener. El bloqueo del Senado de EE UU a una nueva partida de 61.000 millones de dólares por el rechazo de los republicanos, que exigen a cambio un endurecimiento de la política migratoria, constituye un valioso regalo al Kremlin al implicar, una vez agotados los fondos disponibles, el corte del suministro de armas, equipos y financiación cuando más necesarios resultan en el campo de batalla. Una decisión tan grave como torpe. Si no es rectificada en breve, sus consecuencias pueden ser devastadoras para el Ejército ucraniano al minimizar su capacidad de respuesta, mientras el material bélico más potente prometido por sus aliados aún tardará meses en llegar y Moscú ha reforzado su maquinaria.
El portazo del Senado estadounidense, que la UE no tiene capacidad de compensar con sus propios recursos y puede abrir la espita a más deserciones, visualiza un cansancio en la colaboración con Kiev en una guerra a la que no se vislumbra fin. Un sentimiento que también se extiende por Europa y que previsiblemente crecerá conforme se alargue un conflicto en el que el tiempo corre a favor de Putin. Occidente no puede dar ni un paso atrás en su apoyo a Ucrania. De él depende parar los pies a un autócrata que aspira a extender sus dominios por la fuerza. Un peligro que debería bastar para cerrar filas con un esfuerzo sostenido a la altura de lo mucho que está en juego.
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