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El pasado mes fue el junio más cálido registrado tanto en tierra como en la superficie del mar, con anomalías «excepcionalmente elevadas» en el Atlántico ... norte, según el servicio Copernicus. Más de medio grado por encima de la media alcanzada entre 1991-2020 parece un dato insignificante. Pero que se produzca a escala global supone una alteración que confirma de manera agravada las predicciones científicas sobre el cambio climático. Los responsables europeos de su seguimiento volvieron a señalar ayer la importancia que adquiere la interacción entre fenómenos de diverso ámbito de incidencia aparente que están relacionados. La sucesión de olas de calor y de tormentas cuyo desarrollo no siempre puede anticiparse con exactitud forma parte del cuadro de episodios que la ciencia viene describiendo desde hace tiempo. Del mismo modo que su especial incidencia en España está pronosticada como un futuro al que asistiremos este mismo verano. Que el contraste entre el calor de las capas bajas de la atmósfera y el frío de las altas diera lugar a la tromba sin precedentes que cayó anteayer sobre Zaragoza o a la granizada de Vitoria no es nada casual, e irá a más.
Buena parte de la opinión pública puede tender a acostumbrarse al calor, como si fuera la noticia recurrente con la que cierran los informativos, a los eventos catastróficos que parecen desatarse siempre a muchos kilómetros de distancia de la mayoría, o al carácter aparentemente transitorio e incluso fortuito de los desastres. Máxime cuando algunas lluvias torrenciales y una serie de precipitaciones de finales de la primavera han dado, de pronto, la sensación de que la sequía no es tal. Como si el calentamiento global afectase únicamente al grado de comodidad con que podemos pasar el verano. A los sinsabores de la agricultura, la ganadería y la pesca, como si no fuesen de todos. O se tratase poco menos que de una inquietud pasajera, sujeta a diatribas partidarias. En lo inmediato, las olas de calor incrementan las tasas de mortalidad, contribuyen a una mayor contaminación ambiental, ponen en riesgo las cosechas de cada temporada y la subsistencia de árboles y plantas, a la vez que contribuyen a incendios imposibles de atajar. Casi todo puede ser opinable en la esfera pública. Pero no así la evidencia científica del cambio climático y sus efectos. Menos cuando son tan perceptibles como en 2023.
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Ana del Castillo
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