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La campaña de las elecciones para renovar el Congreso de los Diputados y el Senado finalizó ayer en circunstancias y tras dinámicas que la han ... hecho muy singular. Los comicios de mañana fueron convocados por Pedro Sánchez como réplica al revés sufrido por las izquierdas en las municipales y autonómicas del 28 de mayo. Las generales se celebrarán por primera vez en pleno verano y en medio de olas de calor. Pondrán a prueba la fragmentación parlamentaria que tan solo hace ocho años pareció acabar con el bipartidismo, dado que solo dos candidatos parten con posibilidades de aspirar a la investidura como presidente del Gobierno, aunque se disputan como una confrontación entre dos bloques ideológicos que tensiona la vida política frente al ánimo de concordia con el que se relaciona la inmensa mayoría de los ciudadanos. De ahí que la jornada de reflexión de hoy sea una buena oportunidad para que los líderes de las distintas formaciones recuperen la serenidad necesaria para afrontar el escrutinio del 23J y asumir sus resultados sin la más mínima objeción. Del mismo modo que este paréntesis de horas servirá para que el ejercicio más competitivo de la política se retire del escenario público, relajando así la cotidianidad social. Las campañas electorales no cuentan con un ritual de cierre al modo de los 'minutos de oro' de los debates televisados y hace tiempo que los distintos partidos ni siquiera se atienen a un patrón homólogo para su finalización.
Pedro Sánchez, Alberto Núñez Feijóo, Santiago Abascal, Yolanda Díaz y los demás cabezas de lista protagonizaron ayer sus respectivos actos electorales sin ofrecer declaraciones concluyentes que fuesen más allá de las diatribas de campaña para así dar un sentido más preciso al voto que demandan. Ello se debe en gran medida a que todos los aspirantes sienten la necesidad de insistir en sus argumentos, como si esperasen que el tiempo de la campaña corra a su favor y su fuerza de voluntad pudiera corregir las intenciones de decididos e indecisos. Cuando el efecto real de la reiteración de mensajes –muchos de ellos, apocalípticos y con un más que cuestionable sustento en la realidad–, tras tantas semanas de encarnizada precampaña, es la saturación. Lo peor del caso es que es de temer que el veredicto de mañana no haga variar los discursos que han llegado a enconarse en los últimos días, achicando los espacios comunes de la política democrática.
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Ana del Castillo
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