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La postulación de Nadia Calviño a presidenta del Banco Europeo de Inversiones constituye una decidida apuesta del Gobierno para reforzar el escaso protagonismo de España en los principales organismos internacionales, que en absoluto se corresponde con su condición de cuarta potencia del euro. Esa infrarrepresentación ... denota una pérdida de influencia en el concierto mundial que intenta revertir desde hace años con más voluntad que resultados tangibles. La hoy vicepresidenta primera en funciones cuenta con el prestigio y la acreditada trayectoria que requieren la dirección de esa entidad clave en el entramado de la UE, que financia proyectos a largo plazo y está llamada a desempeñar un papel determinante en la transición digital y verde y en la futura reconstrucción de Ucrania. Su proyección exterior se ha visto impulsada por su gestión de la economía española –una de las que más crece de la Unión– en un periodo extraordinariamente convulso por las crisis del covid y la guerra en Ucrania, y por su participación en el diseño del ambicioso plan de recuperación post-pandemia.
En una llamativa e impúdica exhibición de inmodestia, Calviño ha asegurado que en nuestro país solo una candidatura con su nombre tiene «las máximas posibilidades de éxito». Puede ser cierto. Su triunfo, sin embargo, no está garantizado. Habrá de competir con potentes rivales como la comisaria de la Competencia, Margrethe Vestager, y el exministro italiano Daniele Franco. La elección que apruebe en septiembre el Consejo de Economía de la UE será una prueba de fuego para el creciente peso exterior de España del que presume el Ejecutivo. Su nombramiento dejaría un hueco difícil de cubrir en el Gobierno en el supuesto de que Pedro Sánchez fuera investido. El presidente en funciones se presentó con ella como 'ticket' el 23J para atraer a votantes moderados a pesar de que presumiblemente entonces ya trabajaba en la opción de que liderara el BEI. No hacer partícipe de ese movimiento al principal partido de la oposición es un error al que el PP no debería responder cuestionando la eventual designación de una economista solvente que sería beneficiosa para los intereses del país.
Nunca ha ocultado Calviño su ambición de escalar a instituciones internacionales. Su capacitación técnica no ofrece dudas. Tras fracasar en sus aspiraciones de dirigir el FMI y el Eurogrupo, es de esperar que tanto el Gobierno como ella hayan aprendido la lección y esta vez vean cumplidos sus deseos.
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