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La catástrofe que tuvo lugar en Valencia el pasado 29 de octubre, de cuya magnitud dan fe las sobrecogedoras imágenes que nos golpean a diario y los datos que van conociéndose sobre su incidencia y efectos, adquiere una dimensión aún mayor si trasladamos algunas de ... las cifras que la describen a la dimensión de nuestra región.
El ejercicio de comparación que hoy desarrolla El Diario en sus páginas y en su web nos dice que el número de personas afectadas es mayor, en un par de cientos de miles, a toda la población regional, que roza ya las seiscientas mil almas. Los seis municipios del arco de la bahía quedarían arrasados por el agua y el lodo. En cuanto a las consecuencias económicas, más trabajadores de todos con los que cuenta Cantabria verían sus empleos afectados, así como el 10% de las viviendas y una cuarta parte de los vehículos quedarían destruidos, y cuatro veces la superficie dedicada a la agricultura estaría arrasada por una tromba de similares características. No en vano, la gigantesca avenida de agua que llegó a discurrir por el barranco del Poyo llenaría el pantano del Ebro hasta rebosar en menos de tres días.
Es cierto que las precipitaciones provocadas por la DANA cuadruplicaron los máximos históricos registrados en nuestra Comunidad. Es poco probable que una catástrofe como la que ha arrasado parte de Valencia tenga lugar en Cantabria, tanto por las circunstancias meteorológicas como geográficas de la región, según concluyen los expertos. Pero también es un hecho que el devenir del clima está extremando determinados fenómenos atmosféricos, que incrementan su frecuencia e intensidad, dando lugar a comportamientos inusuales. Nadie está a salvo de la subida de las temperaturas, de los desbordamientos y, como propio de las zonas costeras, de las afecciones a causa de la subida del nivel del mar. Cada vez es más común, las noticias dan fe de ello casi a diario, la elevación de muros o pequeños diques en desembocaduras, entornos portuarios y de marismas, así como encauzamientos, escolleras y otras defensas.
Cantabria ha vivido la catástrofe de Levante como propia, como corresponde solidariamente a los conciudadanos. Desde el primer momento ha puesto en marcha iniciativas que se han concretado en numerosas actuaciones de toda índole. Las donaciones de suministros, material y dinero han tenido un respaldo institucional del Gobierno y los ayuntamientos, que han dispuesto efectivos para apoyar in situ las tareas de rescate, limpieza y reconstrucción, de mismo modo que lo han hecho voluntarios de los cuerpos de Bomberos y Policía, junto a otras instituciones como la Cruz Roja. Transportistas, taxistas, hosteleros, ganaderos, músicos, el Racing y sus peñas han aportado, entre muchas otras empresas y colectivos, cada uno de una forma, su ayuda.
Un suceso de estas características tiene una parte de inevitable, pero otras son previsibles, y cabe desarrollar todo lo posible determinadas actuaciones preventivas en el plano físico, con los trabajos necesarios, como en los sistemas de detección y alerta, y en cuanto a su divulgación entre la ciudadanía. Las lecciones que puedan extraerse de tales fenómenos han de venir de la mano de los expertos, de los que en Cantabria contamos con numerosos tanto en el ámbito de la universidad como en el de la empresa. A sus trabajos han de añadir, como servicio a la sociedad, el de comunicar alto y claro sus conocimientos para contribuir a paliar los golpes de la naturaleza.
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