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Donald Trump ha decidido convertir su imputación por 34 cargos en un agravio para la parte del país que se muestra dispuesta a creer en sus falsedades o a disculpar la irregularidad de sus actuaciones. Su línea de defensa es un ataque en toda regla: « ... El único delito que he cometido ha sido defender a nuestro país de quienes intentan destruirlo». La falsificación de datos contables referidos a gastos de campaña podría ser la menor de las infracciones cometidas por el expresidente de Estados Unidos. La instigación del asalto al Capitolio, los intentos de manipular el escrutinio electoral de 2020 y otras causas esperan su turno entre los vericuetos judiciales. Aunque hasta las situaciones procesales más graves, incluida una eventual entrada en prisión, en ningún caso le dejarían fuera de la carrera para optar de nuevo a la Casa Blanca en 2024. Todo lo contrario.
El primer exmandatario de EE UU que se ve en un trance así tiene el firme propósito de arremeter contra la Justicia de su país, contra las leyes, contra los medios de comunicación y contra los miembros del Partido Demócrata en una suerte de contienda total que polarice aún más a la ciudadanía. De modo que tanto la batalla por la nominación del candidato republicano como –de ser designado– el pulso final por la presidencia se conviertan en un plebiscito en torno a su persona. Para ello está dispuesto a cuestionar la legitimidad de las instituciones, a naturalizar el recurso a los ataques más depravados con tal de acabar con los adversarios políticos e incluso a desestabilizar el país y debilitar su papel en el mundo.
Trump no solo es un peligro para la democracia estadounidense y la convivencia en libertad en la primera potencia mundial. Patentó en el acceso y el ejercicio de su mandato una variante de poder basada en las urnas absolutamente irrespetuosa con la tradición liberal de las sociedades abiertas. Trató de 'privatizar' las instituciones para que no fuesen de todos. Y se ofreció como modelo para que le imitasen cuantos no tuvieran escrúpulos en hacer del populismo de derechas toda una estrategia de división e imposición. Nada de lo que estas últimas semanas está anunciando, en un desafío a los propios y extraños que no le ríen las gracias, debería despertar simpatía alguna en España y en Europa. Las democracias de este lado del Atlántico cuentan con una vacuna eficaz, el propio Trump, para evitar que las bravatas del expresidente de EE UU ganen adeptos aquí.
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