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La última bravata de Donald Trump al advertir que podría animar a Rusia a hacer lo que quisiera con los países de la OTAN que no cuenten con un 2% del PIB en gasto militar retrata a quien se postula para ser presidente de Estados ... Unidos: un populista provocador que muestra mayor empatía hacia el autócrata Vladímir Putin que respecto a las democracias europeas y a la Unión. La ocurrencia de emplear los afanes expansionistas del Kremlin para amenazar, si llega a la Casa Blanca, con no defender a los socios de la Alianza que sean atacados si no han alcanzado esa inversión en defensa, es una inadmisible provocación que vulnera la solidaridad mutua prevista en el tratado de esa organización, resumida en el principio 'todos para uno y uno para todos'. Bien sea porque EE UU mira cada vez más hacia el Pacífico en detrimento del Atlántico, por una creciente renuncia en su seno a cerrar filas con los sistemas liberales de la UE o porque arraiga la visión de una América capaz de prescindir de sus aliados, la sola perspectiva de que Trump vuelva al Despacho Oval supone un desafío para la OTAN.
Europa tiene la obligación ineludible de hacerse cargo de su propia defensa reforzando sus capacidades militares para ganar autonomía estratégica. Ese objetivo le impone un mayor esfuerzo inversor, en el que ya se ha implicado, aunque a un ritmo desigual. El acuerdo alcanzado por los miembros de la OTAN en 2014 conlleva una magnitud de gasto militar que no resulta fácil deducir de las partidas presupuestarias cuando parte de las inversiones en infraestructuras, investigación básica o desarrollos tecnológicos e industriales contribuye a la seguridad común. Además, la aportación de cada país a la Alianza incluye infinidad de aspectos que difícilmente pueden ser cuantificados según los estándares que maneja Trump.
El problema es que este parece contemplar a Rusia más como una fuente de oportunidades inagotable para extender el populismo que como un riesgo cierto que el intento de ocupación de Ucrania para asimilarla o anularla se agrava cada día. Su promesa de que si vuelve a presidir EE UU se acabará la guerra contiene un mensaje aterrador: su predisposición a dejar a su suerte al Viejo Continente cediéndolo a los propósitos que pueda albergar Moscú. Pero ni los Estados Unidos de Trump deberían frivolizar con la amenaza que representa la Rusia de Putin hasta el punto de cuestionar la solvencia de una OTAN con cada vez más socios democráticos.
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