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Dos terribles sucesos de extrema violencia marcados por un denominador común como es la participación de jóvenes, incluso de menores de edad, han sacudido esta ... semana a la sociedad cántabra:la muerte de un muchacho de 21 años tras una brutal pelea de madrugada en la estación de Boo de Piélagos con la supuesta participación de otros dos de 19 y 20 años y cuyo absurdo origen parece ser un simple comentario sobre el pendiente que uno de ellos portaba;y el asesinato de una madre de 48 años en Castro Urdiales y la posterior detención de sus dos hijos de tan solo 13 y 15 años como presuntos responsables, a los que ella y su marido habían adoptado unos diez años antes. El resultado no ha podido ser más desolador:dos muertes, cuatro detenidos (uno de ellos no podrá ser imputado debido a su corta edad) y cuatro familias destrozadas que difícilmente podrán superar lo ocurrido.
Al margen de lo que las investigaciones de la Guardia Civil determinen sobre ambos sucesos y el contexto que los ha envuelto, y sus posteriores consecuencias judiciales, las dos noticias obligan a una profunda reflexión sobre cómo es posible tanta violencia en personas de tan corta edad; a un exhaustivo análisis de los motivos que les han llevado a cometer tan horribles acciones y, directamente relacionado con lo anterior, a determinar los errores que la sociedad pueda estar cometiendo en diferentes ámbitos como son la educación, la familia o el uso de las nuevas tecnologías, por citar algunos. Porque, como explica hoy en las páginas de este periódico el sociólogo Juan Carlos Zubieta, son noticias que desconciertan a la sociedad y provocan especial temor e indignación, tanto por la cercanía de lo sucedido como por el hecho de comprobar de forma dramática que los niños también pueden cometer hechos terribles.
Los datos de la Fiscalía de Cantabria son contundentes:los delitos cometidos por menores han crecido en la región el 13% y reflejan una alarmante curva ascendente ejercicio tras ejercicio hasta el punto de que la propia fiscal superior de la Comunidad, Pilar Jiménez, en su última comparencia en el Parlamento, rogó a las familias que «denuncien los delitos» de sus hijos para poder encauzarlos. «Algo hay que hacer. La situación antes era preocupante, pero ahora ya es grave», alertó. Y su mensaje no debe ser arrinconado en una hemeroteca sino muy tenido en cuenta.
La visión que hoy aportan los expertos consultados por este periódico inciden en este aspecto y señalan también un nexo común:el resultado de estos crímenes no es un hecho puntual y tiene una explicación detrás, unas causas sobre las que la sociedad está obligada a trabajar para corregirlas y evitar que sucesos como estos puedan volver a repetirse. Y donde no sea posible llegar, insistir en la rehabilitación e integración de los autores una vez cumplida la sanción impuesta. Son, como recuerdan desde la asociación Nueva Vida, personas, y se pueden rehabilitar.
Ahora, y una vez que los casos sean cerrados tras las investigaciones, corresponderá a la Justicia determinar qué penas deberán asumir los responsables;a la Administración velar para que se cumplan aquellas que impliquen prisión para los mayores de edad o tutela para los menores;y a la sociedad acoger a unas familias rotas que necesitarán de todo el apoyo que se las pueda prestar.
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Ana del Castillo
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