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El debate electoral que la noche del jueves reunió a siete portavoces de fuerzas parlamentarias con grupo propio en esta legislatura ofreció el contrapunto de ... un arco fragmentado frente a la tendencia pronosticada de un bipartidismo más acusado tras el 23J. El hecho de que 30 de los 350 diputados electos en 2019 no estuvieran representados en esa cita advierte de que las urnas emitirán también sentencia sobre la diversidad partidaria de la política española. Máxime cuando ningún grupo o diputado de los que salgan de ellas podrá eludir su apoyo o su oposición al candidato a presidente que el Rey proponga al Congreso. Los siete portavoces pudieron desplegar propuestas y datos que quedaron subsumidos en el cuerpo a cuerpo entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo del lunes. Pero no por ello se mostraron en condiciones de revelar iniciativas nuevas o de contraponer alternativas a las ideas de los demás. Lo característico de la complejidad del momento es que nadie está –nadie puede estar– seguro de las políticas más convenientes a aplicar en la incertidumbre global ante las vicisitudes económicas, la segmentación social y la eclosión de reivindicaciones en derechos o libertades frente a su negación. Ningún partido debería por ello eludir su responsabilidad de perfilar –y, en esa medida, arriesgar– un programa de gobierno –o, llegado el momento, de oposición– sin elusiones ni plagado de lugares comunes. Las elecciones tienden a reducir la discusión y la reflexión política a eslóganes propicios a la diatriba, al tiempo que nadie parece autorizado por su partido o por sus propias convicciones para ofrecer aportaciones de cierto calado y solvencia.
El PSOE y el PP se muestran obligados a jugársela cara a cara achicando al máximo los espacios comunes que eventualmente pudieran surgir. El resto de las formaciones está demostrando, en su mayoría, que su interés principal es ahondar esa división mediante un marcaje continuo. Las izquierdas necesitan acabar con el trasvase de votos entre bloques –de los socialistas a los populares– y las derechas avivarlo. Pero aunque la segunda línea de confrontación se contuviera en el debate –las diferencias dentro de cada bloque–, es lógico que en los últimos días de campaña cada sigla se empeñe en obtener más escaños que sus eventuales aliados, bien sea recurriendo a la utilidad del voto o subrayando su autenticidad. Lo contrario se parecería a un tongo desmovilizador.
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Ana del Castillo
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