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Los enfrentamientos entre el ejército de Sudán y los grupos paramilitares de las llamadas Fuerzas de Apoyo Rápido han obligado a los gobiernos con ciudadanos expatriados en aquel país a desplegar operaciones de repatriación con la participación de sus fuerzas armadas. Llegaron ayer a Madrid ... 34 españoles junto a 38 personas de 11 nacionalidades. El ministerio de Exteriores y el de Defensa tuvieron que coordinar una actuación compleja y no exenta de riesgos, y hacerlo con celeridad. Para lo que hubo que trasladar a Jartum efectivos del Ejército de Tierra y del Ejército del Aire, con sus correspondientes vehículos y equipos, con el concurso de varios aviones. Aunque haya ciudadanos españoles que han rehusado volver, lo han hecho por otros medios o han tenido dificultades para acceder a la capital sudanesa en un territorio más de tres veces la extensión de España. La salida de los extranjeros, facilitada por un alto el fuego urgido por la ONU con motivo del final del Ramadán –que acabó siendo parcial y violado–, y al que ambas facciones han contribuido de buena gana, deja a los sudaneses aun más a expensas de lo que los contendientes decidan hacer con la población civil. El hecho de que el conflicto responda a las desavenencias sobre el control de la seguridad entre quienes, aliados, dieron el golpe de estado de 2019 y constituyeron el Consejo Militar Transitorio revela la naturaleza de la confrontación y el peligro que corren los sudaneses. Sea porque acaben siendo víctimas al encontrarse en medio de batallas y escaramuzas, sea porque se vean obligados a servir a los integrantes de una u otra facción si éstas se asientan en un territorio u otro.
Sudán es un país de frontera con Egipto, Libia, Chad, República Centroafricana, la independizada Sudán del Sur, Etiopía, Eritrea, y salida al Mar Rojo frente a Arabia Saudí. Estados con los que mantiene alguna que otra disputa territorial y en los que proliferan grupos armados además de intereses que eventualmente podrían alinearse con Burhan o con Dagalo. La regionalización de la crisis es un riesgo cierto. Y no parece fácil un compromiso internacional persuasivo del que formen parte las potencias con presencia en la zona, mientras los gobiernos y poderes del entorno toman posiciones inclinándose hacia uno u otro bando. España y los países democráticos han hecho lo posible para sacar a sus conciudadanos de una tierra en llamas. Pero ni la acción de nuestro país ni la de la Unión Europea pueden retirarse de Sudán.
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