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La economía china ofrece inequívocos síntomas de debilidad que hacen temer una crisis de impredecibles consecuencias y su eventual contagio a Occidente. Frente al empuje que cabría esperar tras el final de la política de covid cero que había afectado a su tejido productivo, las ... exportaciones de un gigante que basó su expansión en ser la fábrica del mundo se hundieron un 14,5% en julio en su tercera caída consecutiva, el consumo se ha derrumbado y el potente sector inmobiliario asiste al pinchazo de la burbuja que lo hizo crecer de forma desaforada. Al parón de los principales motores de su actividad se suman la devaluación del yuán respecto al dólar hasta el nivel más bajo en 17 años, la peligrosa amenaza de deflación por la atonía de la demanda y un desempleo juvenil con unos registros tan negativos que el Gobierno, a la vista de que no puede reconducir el problema a corto plazo, ha optado por dejar de publicarlos.
China había resistido las recientes turbulencias de la economía global con un fuerte impulso a la producción y el consumo internos. El 'ladrillo' ha desempeñado un papel esencial en esa estrategia al calor del crecimiento urbano. Su declive ha puesto contra las cuerdas a grandes promotoras y constructoras y, de rebote, ha salpicado a la banca. Una inflación negativa –el -0,3% en el último año– que retrae las compras ante las expectativas de que los precios bajen aún más y una monumental deuda completan un cuadro que ha obligado al banco central a rebajar los tipos de interés al mínimo desde 2014 para animar el gasto de las familias.
Nada de lo que ocurra en el gigante asiático es ajeno al resto del planeta. El retraimiento de la demanda ha reducido sus compras a otros países. Su nueva apuesta por las exportaciones para compensarlo también les afectará. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha advertido de que una aguda crisis en China sería «una bomba de relojería». Aún es pronto para precisar si estamos ante ese escenario o ante una intensa ralentización que aleja la previsión de un crecimiento del 5% este año. A la espera de que las autoridades de Pekín acierten a contener la hemorragia, Occidente ha de prepararse para un eventual cambio en los equilibrios económicos globales. Y en el caso de España y la UE, aprovechar la coyuntura para reforzar sus respectivas industrias y acercar las cadenas de suministros rebajando su dependencia tras la traumática experiencia vivida con la pandemia.
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