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El Gobierno optó ayer por retirar su propuesta de techo de gasto de la tramitación parlamentaria prevista para mañana ante el riesgo cierto de que no lograse contar con el apoyo de Junts, que ya votó en contra el 23 de julio. Pero más que ... incongruente resulta patético que, tras el Consejo de Ministros, las críticas se dirigieran a la «irresponsabilidad del PP» por no secundar al Ejecutivo. Posponer el trance permite a Pedro Sánchez ganar tiempo para apurar las posibilidades de una nueva ronda negociadora en Ginebra o para prepararse ante lo peor, abonando la idea avanzada por el ministro Óscar Puente de que una prórroga presupuestaria no sería un drama. Sánchez se concede una prórroga y se la concede también a Carles Puigdemont. Situando a Junts ante el supuesto de que el presidente vuelva a encelarse, y acabe disolviendo Las Cortes, o se dirija por carta a los españoles anunciando que seguirá adelante prescindiendo de Junts para impedir que «la derecha y la extrema derecha» se hagan con las riendas del país.
Junts no puede desaprovechar la oportunidad del momento, cuando su acérrimo adversario –ERC– protagoniza una lucha fratricida que deja en nada los resabios postconvergentes. Es más, su contrapropuesta de que un tercio del déficit público previsto para 2025 sirva para ampliar el margen financiero de las autonomías le permitiría pasar de villano a héroe de la indignación territorial. Dejando la discusión sobre el enigmático acuerdo de «singularidad» entre el PSC y ERC para cuando Esquerra, tras su congreso del 30 de noviembre, no esté en condiciones más que de orbitar a duras penas en torno a Junts. Es también esa la posibilidad que le queda a Pedro Sánchez para reeditar la mayoría de su investidura pactando techo de gasto y Presupuestos con Junts. A no ser que prefiera aventurarse a gobernar de manera más presidencialista y épica. Emplazando a todos los grupos parlamentarios a colaborar activamente con el Poder Ejecutivo.
Toda negociación entre partidos comporta engaño mutuo y autoengaño. Pero ni el socialismo de Pedro Sánchez puede mantener una legislatura en el alambre minuto a minuto sin que ello afecte a la credibilidad de las instituciones y a la confianza de los ciudadanos en el país como algo más que una identidad difusa. El mandato de Sánchez hace agua cuando reclama el apoyo de quienes votaron no a su investidura y es incapaz de confrontar públicamente con quienes se lo niegan después de concederles amnistía y concierto.
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