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La guerra desatada por el régimen de Vladimir Putin contra Ucrania comenzó hace ya dos años con el doble argumento de que el país vecino no podía considerarse una nación soberana y de que su existencia independiente constituía una amenaza directa para la seguridad de ... Rusia. Los bombardeos sobre la población civil e infraestructuras básicas, y los intentos de invasión que al principio trataron de alcanzar Kiev y luego se quedaron en el empeño por afianzar y ampliar la ocupación del Donbás en el año 2014 no consiguieron ni la anexión ni el derrocamiento de los poderes instituidos en Ucrania. Sin embargo, la guerra que Moscú presentó como «operación militar especial» y el Gobierno de Zelenski ha afrontado recabando el apoyo de la UE, de los socios de la OTAN y de otros países democráticos está durando demasiado tiempo. Con el problema añadido de que, en los últimos meses, a la imposibilidad ucraniana de llevar a cabo su contraofensiva le ha seguido el debilitamiento de sus fuerzas y arsenales a falta de que Estados Unidos revalide su apoyo con los 60.000 millones de dólares pendientes de tramitación en el Congreso por la negativa republicana. Y la retirada de Avdiivka y sus alrededores hace una semana como el revés más sensible, tras la toma de Bajmut en mayo.
Rusia no está en condiciones de perpetuar sus ataques, aunque la autocracia de Putin permita sortear dificultades económicas para rearmarse y estrecheces o contestaciones sociales como ningún país libre podría hacerlo. El problema es que la Ucrania europea, candidata a ser miembro de la Unión y de la OTAN, se desangra a la vista del mundo. Es un prodigio de entereza cívica y de esperanza colectiva que la huida interior y exterior de seis millones de personas, junto a la muerte de 10.000 civiles y 30.000 combatientes, no haya socavado el ánimo que impide su rendición o desmoronamiento.
A pesar de que el conflicto israelo-palestino turbe y desvíe prioridades en el ámbito internacional, ni la UE ni EE UU y los demás aliados pueden dejar pasar un minuto sin materializar su compromiso con Ucrania. Porque cada discusión al respecto, cada dilación o cada momento de silencio se convierten en oportunidades que el régimen de Putin aprovecha para recuperar los argumentos en que se basó hace dos años, cuando lanzó un ataque contra Ucrania para atacar a Occidente y así consagrar la expansión natural de Rusia.
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