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Quizás esté por escribir la última página de Mario Vargas Llosa, fallecido el domingo en Lima a los 89 años. Su prolífica trayectoria profesional y ... personal le ha convertido con todos los honores en el protagonista de su propia historia. De una apasionante vida entregada a la literatura. Gigante de las Letras con mayúsculas, el autor hispano-peruano deja como legado algo que puede ser más valioso que su monumental obra, premiada con el Nobel y el Cervantes, entre otras distinciones universales: una lección magistral sobre el lenguaje en castellano, algo esencial en estos tiempos de chateos, triquiñuelas en la exposición y pobreza argumental. Una enseñanza dirigida sobre todo a las generaciones jóvenes, como la que ofreció en su discurso ante la Academia Sueca en 2010. Se tituló 'Elogio de la lectura y la ficción' y ahí estaba el origen de todo: «Aprendí a leer a los cinco años (…). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida».
Así viajó con la imaginación de la mano del capitán Nemo o Los Tres Mosqueteros hasta componer su propio mundo con la tía Julia o Zavalita. Embajador del español, muestra una prodigiosa capacidad para cambiar la voz narrativa en función de los temas de fondo y de los escenarios. Siempre deslumbrante y riguroso. Con una carrera polifacética, destacó como novelista, ensayista, espléndido narrador oral y escritor de teatro, en una faceta que le llevó a debutar como actor en una obra suya con Aitana Sánchez-Gijón.
Su evolución ideológica fue independiente. Comunista de joven, fue el primero de los escritores de su generación que se desvinculó del castrismo, lo que le costó severas críticas de sus compañeros del 'boom' latinoamericano, entre ellos García Márquez. Desencantado con las revoluciones, luchó en sus libros contra dictaduras y totalitarismos, mientras en política giraba a posiciones liberales. En su etapa en España ofreció su apoyo a Aznar, Rosa Díez, Albert Rivera o Díaz Ayuso. Europeísta convencido, se rebeló contra los nacionalismos y mostró su repulsa a ETA. Su pasión por la política le llevó a presentarse a las elecciones de Perú en 1990 a la cabeza de la coalición conservadora Frente Democrático, pero perdió ante Fujimori, un personaje que podría haber surcado las páginas de 'Conversación en La Catedral' o 'La fiesta del chivo'. Ahí ya se puede sentir al Marito que cambiaba los finales de los libros que le traía su tía, preparando el terreno para una ficción que se ha demostrado muy real: «¿En qué momento se jodió el Perú?».
Profunda fue también la huella que dejó en Cantabria, de la que el Nobel se llevó no solo el grato recuerdo de sus paisajes, sus gentes y su gastronomía. También le arrancó a la región una sincera amistad con la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), que visitó de forma regular durante cuarenta años para asistir y participar en cursos y debates que regó con sus reflexiones literarias, su pensamiento y su activismo y donde en 1991 llegó a compartir mesa con el filósofo y politólogo Karl Popper, «un pensador por el que siento gran admiración». Galardonado con el Premio Internacional Menéndez Pelayo en 1999 en reconocimiento a una personalidad eminente como fabulador y pensador, tan extraordinario creador como crítico, Vargas Llosa fue nombrado años después, en 2016, Doctor Honoris Causa por la UIMP, que hoy enmudece y llora la marcha de una bestia literaria.
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