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Los datos registrados en el actual año hidrológico y los modelos de previsión meteorológica apuntan a que 2023 puede ser un año marcado por una extraordinaria sequía. El embalse del Ebro y los ríos andan ya por la mitad del caudal que tenían hace un ... año por estas fechas, y hay que considerar que entonces se vivió un periodo relativamente seco y con olas de calor intenso. Algunas localidades de Valderredible, como Villota de Elines, han debido ser abastecidas con camiones cisterna. Que todo esto suceda en abril, y con unos augurios de calor y escasas precipitaciones de aquí a julio, resulta sumamente preocupante, y en las zonas rurales y ribereñas cántabras donde antes se ha manifestado la inquietud. La situación de Cantabria también supone una amenaza aguas abajo de la cuenca ibérica, ya que muchas zonas de La Rioja, Navarra y Aragón dependen en parte para sus provechosas actividades agrarias del embalse campurriano.
De ningún modo se puede descartar la idea de que todos estos episodios anuales vayan formando parte de la transición a una 'nueva normalidad' con un planeta de más altas temperaturas y unas alteraciones significativas de los patrones tradicionales de precipitaciones y de temperaturas. Alteraciones que por fuerza han de impactar en toda la vida cotidiana, en este caso la de los cántabros: ganadería y agricultura, industria, protección del medio ambiente, cuidado de la biodiversidad, salud pública, turismo, consumo energético de los hogares, precio de los alimentos… La lista es ampliable, pero la noción general queda clara: si se encadena una secuencia irremisible de sequías, estaremos hablando de un clima de tipo atlántico aún, pero profundamente modificado por una menor humedad y un calor medio más alto.
Si en 2020-2021 la catástrofe fue la pandemia y en 2022 la guerra en Ucrania, en 2023 los rasgos más complicados de la evolución social podrían venir del clima. No será que no se ha advertido muchas veces desde las instancias científicas de estos tres riesgos mayores para la sociedad contemporánea: la proliferación de virus potencialmente muy destructivos, la proliferación de arsenales nucleares en un contexto de tensión en las relaciones internacionales y la tendencia evidentísima del planeta a un calentamiento global que amenaza a gran parte de la humanidad. Por ello, frente al estoicismo o la épica de las soluciones de corto plazo que habrá que imponer este año muy probablemente (restringir suministros a agricultura e industria, inflación de precios alimentarios, prohibir llenado de piscinas particulares, cortar el agua temporalmente en las poblaciones más afectadas), resulta fundamental el trabajo con la mirada puesta en un horizonte de transformación estructural.
Cantabria es una región litoral y por tanto resultaría chocante que se resignara a morir de sed al lado de un océano, cuando existen capacidades desaladoras que se podrían mejorar con nuevas tecnologías. Además es preciso racionalizar el consumo, empezando por un plan de inversiones en canalizaciones, donde por la antigüedad de la infraestructura se producen notables pérdidas. Y siempre que sea posible se deben establecer sistemas de reciclaje de agua para usos no potables. No parece haber ningún otro modo, distinto de estas medidas tecnológicas y de obras públicas, de afrontar con solvencia la deriva hacia un clima más cálido y seco, que a su vez se está cobrando una factura elevadísima en incendios forestales. Al mismo tiempo, hay que acelerar la transición energética para efectuar nuestra cuota de contribución para frenar el calentamiento global. Lo que este calentamiento puede suponer cabe imaginarlo a partir de estos episodios de sequía y olas térmicas. Ha llegado el momento de asumir proactivamente una responsabilidad global, y no limitarse a responder con medidas de emergencia. Porque la emergencia lleva camino de hacerse normalidad.
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