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La breve nota, sin aderezos de cortesía, con que la Secretaría del Tesoro de EE UU despachó «la conversación franca» mantenida este martes en Washington ... por el responsable del departamento, Scott Bessent, con el ministro Carlos Cuerpo ha dejado impresa la huella del malestar que el acercamiento de España a China provoca en la Administración Trump que esgrime la amenaza arancelaria. Un disgusto que el propio Bessent había verbalizado hace una semana ante el viaje del presidente Sánchez a Pekín, equiparando, en este contexto, el refuerzo de los lazos comerciales con el Gobierno de Xi Jinping con «cortarse el cuello».
Una advertencia, en su crudeza, impropia de la deferencia diplomática con la que un Estado soberano ha de conducirse con otro, en este caso el español, máxime cuando ambos han operado como aliados hasta el disruptivo segundo mandato del magnate estadounidense. Pero una advertencia, también, que describe, aunque sea muy burdamente, el inquietante tablero geopolítico que emerge tras el sinsentido de la guerra comercial emprendida por Donald Trump. El hecho de que éste haya decretado una moratoria en sus intenciones proteccionistas de 90 días excluyendo de la misma los productos chinos y que el gigante asiático haya reaccionado como solo él puede permitírselo –redoblando el pulso– redefine 'de facto' un marco en las relaciones internacionales que apunta a un duelo banderizo por la hegemonía global.
Europa y, dentro de ella, la España que gobierna Sánchez, han de evitar convertirse en rehenes de una pugna polarizadora al extremo y llamada a tratar de tironear, hacia Washington y hacia Pekín, a unas democracias desafectas hacia el populismo trumpista y alejadas del autoritarismo chino. La UE y, de nuevo, España están no solo en su derecho, sino en la necesidad de ensanchar sus alianzas económicas si el líder de la aún primera potencia del mundo persevera en su disparatada ejecutoria. Pero media un trecho entre que Trump sea el culpable del despropósito arancelario y abrazarse a Xi como «socio estratégico» sin calibrar con todo cuidado el movimiento. Y solo la unidad europea –a la que hoy está convocada Giorgia Meloni en su cita con el presidente de EE UU– puede ofrecer un mínimo paraguas para guardar una posición autónoma que no se ahogue entre las dos orillas.
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