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La Unión Europea afronta el decisivo desafío de ganar competitividad para hacerse un hueco en un mundo dominado por Estados Unidos y China, cuyas ambiciosas líneas de actuación dibuja el Informe Draghi, con sus dos principales potencias envueltas en una paralizante inestabilidad. El auge de ... la extrema derecha en Alemania –derrotada por un estrecho margen por los socialdemócratas en Brandeburgo el domingo, reciente vencedora en Turingia y segunda fuerza en Sajonia– ha generado inquietud en todo el país y una sensación de desprotección en el resto de la UE, coincidente con el prolongado estancamiento de la economía germana. Aunque los ultras de AfD no se impusieran en las últimas elecciones regionales, el hecho de que sumaran el 29,2% de los votos y un 13,5% la izquierda radical antimigración del BSW es una preocupante advertencia ante los comicios federales del próximo año. Mientras tanto, Francia da tumbos con la formación de un Gobierno marcadamente conservador que está lejos de corresponderse con el veredicto de las urnas, vulnerable ante una posible moción de censura de la izquierda salvo que Marine Le Pen acuda en su apoyo y que dibuja la arriesgada apuesta de Emmanuel Macron por un presidencialismo dispuesto a desentenderse del Parlamento.
España tampoco ofrece un panorama más despejado que el que brindan el Ejecutivo de Olaf Scholz –con su popularidad por los suelos– o los dictados del Elíseo. Casi todos los socios de la UE se están mirando en el mismo espejo. La ultraderecha se presenta como una amenaza que en Alemania o Francia emplaza a un ejercicio de unidad democrática que no consigue mostrarse ni convincente ni solvente. Países netamente de inmigrantes, los dos grandes bastiones de la Unión no son capaces hoy de metabolizar políticamente aquello que constituye la seña de identidad de sus selecciones nacionales. Y el nuestro reacciona de pronto situando la cuestión a la cabeza de las preocupaciones que consigna el CIS.
En Alemania, en Francia y también en España la extrema derecha y la inmigración son asuntos sobrevenidos a una crisis de representación de la democracia que, tras la fatiga del bipartidismo, no encuentra alternativas en la fragmentación del arco parlamentario que se alejen por eficacia y culturalmente de las soluciones providenciales, de hiperliderazgos en apuros e incluso de distopías autocráticas. Europa continúa a la espera de Berlín y de París.
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