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El Papa Francisco murió ayer, después de que el mundo le viera esforzándose durante sus últimos días de vida para acercarse a las personas que ... celebraban la Semana Santa en Roma, rendirse ante los presos de una cárcel, bendecir a los niños, o dirigirse 'urbi et orbi' a creyentes y no creyentes para reiterar su compromiso con la paz y con los migrantes. El Papa de la compasión no quiso compadecerse de sí mismo, dando así testimonio de que era consciente de estar dejando demasiadas tareas pendientes si su estado de salud de pronto le «devolvía a la Casa del Padre». Durante los doce años de su pontificado Francisco trató de ponerse en el lugar de los más vulnerables; en el sitio de aquellos que pudieran tener motivos para pensar que la Iglesia católica no les había reservado el hueco que precisaban. Con un lenguaje directo y sencillo fue señalando injusticias, describiendo los males que aquejan a la humanidad, mostrándose rotundo ante los pecados ocultos de la propia jerarquía eclesiástica, mientras se prodigaba en abrazos acompañado de una sonrisa eterna y una mirada todo bondad. El rey Felipe VI le despidió ayer asegurando que «nos seguirá inspirando siempre su convicción de la necesidad de llevar ánimo y consuelo a los más pobres y necesitados y la importancia que concedió al diálogo y al consenso para lograr un mundo más justo y solidario».
En nombre de los valores cristianos Francisco supo apelar a la universalidad de los derechos y de las legítimas aspiraciones de sus coetáneos. Mientras, no dudaba en reivindicar la «periferia» como la atalaya más segura para reconocer los problemas comunes y atajarlos. También los de la propia Iglesia. No todos los católicos han visto en Francisco la autoridad moral o doctrinal que deseaban, pero es indudable que su liderazgo ha trascendido por empatía los límites de los bautizados practicantes. La muerte es siempre prematura. Lo ha sido también en el caso de Jorge Mario Bergoglio. Y es especialmente inoportuno el fallecimiento del Papa Francisco. Ahora, cuando el mundo está tan necesitado de buenas palabras y deseos positivos, mientras la crueldad se abre paso como si fuese la verdadera naturaleza del ser humano. De ahí que la Iglesia católica deba tomarse un tiempo antes de pasar página respecto a Francisco. Porque no puede eludir el sentimiento de orfandad que hoy comparten millones de personas. El legado del Papa Francisco se encuentra en los documentos que ayer fueron guardados bajo llave en sus habitaciones. Pero especialmente en la memoria de cuantas mujeres y hombres sintieron el Lunes de Pascua que algo importante les había ocurrido.
Todo cónclave tiende a que los reunidos se olviden un tanto de quienes se encuentran fuera. Lo que se hace más palpable a medida que se incrementa la duración del encuentro. La elección de un nuevo Papa presupone, en términos canónicos, la continuación del pontificado anterior. Pero no es ningún secreto que desde que Francisco fue elegido Papa, su trayectoria ha ido acompañada de especulaciones más o menos interesadas sobre la transmisibilidad de su legado. Sobre si los citados en la Capilla Sixtina no tendrán más remedio que revalidar su obra en la designación del nuevo Papa o están emplazados a enmendarla. Aunque esta vez el escrutinio del Colegio Cardenalicio no podrá soslayar ese otro en el que participe la opinión de católicos y no católicos.
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