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El presidente de Estados Unidos viajó ayer a Israel para mostrar su pleno apoyo al país salvajemente agredido por Hamás el pasado día 7, aunque ... vio cómo el inhumano bombardeo del hospital Al Ahli, de Gaza, que se llevó por delante cientos de vidas, desbarataba su plan de encontrarse también con los mandatarios de Jordania, Egipto y la Autoridad Nacional Palestina. Joe Biden dio un espaldarazo al Gobierno hebreo al desvincularle de la masacre del martes en un centro sanitario abarrotado de pacientes y de personas que se refugiaban en sus instalaciones de los ataques aéreos israelíes. Una injustificable acción cuya autoría debe ser aclarada a la mayor brevedad y que, amparándose en los datos que obran en poder de Washington, atribuyó a «un cohete errante de un grupo terrorista», una versión rechazada de plano por las principales potencias árabes, que apuntan al Ejército judío. La noticia positiva tras su encuentro con Netanyahu fue la apertura del paso de Rafah para la llegada de ayuda humanitaria a la Franja desde Egipto, con el compromiso de Tel Aviv de no obstaculizarla, lo que es de esperar que cumpla sin excusas.
La breve visita del inquilino de la Casa Blanca sirvió así para aliviar la crítica situación que atraviesa la población civil en Gaza y cerrar filas con un país socio y amigo. Ello, junto al despliegue militar en la zona, advierte de que EE UU no está dispuesto ni a dejar solo a Israel ni a permitir que las algaradas contra el «imperialismo yanqui» animen a Irán o a cualquiera de los integrantes de la alianza chií a elevar de tono la escalada. Las próximas horas dirán en qué medida Israel se siente hoy respaldado para dar inicio a la entrada de sus tropas en el norte de la Franja después de que Biden pidiera no caer en los mismos errores cometidos tras el 11-S. Pero Oriente Medio está soportando tal tensión armada que cualquier acción intencionada o un error mínimo de cálculo podría acabar con los pocos puntos de contención que hasta ahora impiden un estallido irreversible.
Uno de ellos, y quizá el más determinante, es que todos los actores de la región son conscientes de que tienen mucho más que perder que de ganar si el conflicto escala hasta ser total. Por desenfrenada que parezca su conducta, cabe pensar que solo una actitud de indiferencia especulativa o de ambición desmesurada por parte de las grandes potencias podría acabar desatando lo peor.
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Ana del Castillo
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