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El Consejo de Ministros formalizó ayer el reconocimiento de Palestina como Estado después de que Pedro Sánchez subrayara que la medida, coordinada con Irlanda y Noruega, no va contra nadie y menos aún contra el pueblo amigo de Israel. El Gobierno la considera condición de ... partida para la solución de los dos Estados y para la paz en Oriente Próximo y reivindica el mapa establecido en 1967. El presidente ha resuelto liderar un proceso que no puede valorarse por sus buenas intenciones, sino por sus efectos reales. La sobreactuada reacción del ministro de Exteriores hebreo, Israel Katz, contra una decisión soberana y legítima, aunque pueda ser cuestionable su oportunidad, al calificar al dirigente socialista de «cómplice del genocidio judío» resulta inadmisible. Pero es el reflejo de un conflicto tan al límite de un mínimo de razón que es extremadamente difícil operar sobre él desde 6.000 kilómetros de distancia.
El reconocimiento de Palestina como un Estado viable exige que lo sea realmente. Que ofrezca la cohesión interna necesaria para asumir su propia pluralidad. Que pueda vislumbrarse un futuro como país libre de subsidios internacionales a fondo perdido en un tiempo razonable y tasado. Que cuente con la anuencia del entorno árabe más próximo. Y que entre sus fundamentos constitucionales destaque el inequívoco reconocimiento de Israel. Sánchez situó ayer a la Autoridad Nacional Palestina –se entiende que en su composición actual– como núcleo legitimador de ese Estado. Un desiderátum plausible que, una vez consagrada la libre determinación de los palestinos, no puede sostenerse como condición de tal iniciativa. Ni España ni los 143 países que han dado ese paso hasta ahora pueden determinar la naturaleza más o menos democrática, más o menos laica y más o menos comprometida de un futuro Estado palestino con la existencia misma de Israel.
Las principales potencias occidentales creen que no se dan las condiciones para la medida aprobada ayer. Ello no obsta para hasta los aliados más fieles de Tel Aviv, con Estados Unidos a la cabeza, expresen un malestar cada vez más profundo y extendido con Benjamín Netanyahu. La matanza de al menos 66 civiles en el bombardeo de dos centros de desplazados en Rafah horas después de que el Tribunal de La Haya ordenase detener de inmediato la ofensiva militar en la zona merece una condena sin paliativos, agudiza la soledad de Israel y daña gravemente su imagen.
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