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Un modelo fabricado en China es el coche más vendido en España por primera vez en la historia. La irrupción del gigante asiático en el sector resulta especialmente llamativa en el segmento de los automóviles con motores eléctricos puros, en el que la combinación de ... precios muy inferiores a la media y unos estándares de alta calidad le ha permitido hacerse en un tiempo récord con una cuota de mercado en toda Europa que no deja de crecer a una velocidad de vértigo. En el caso de nuestro país asciende ya al 3,8% de todas las matriculaciones, más del triple que hace un año. Una expansión que ha encendido las alarmas y está muy lejos de tocar techo en una actividad estratégica para la UE, cuya industria se juega en esta batalla el presente y, sobre todo, un futuro que estará indisolublemente asociado a la transición energética verde y al protagonismo que adquiera en ese proceso de transformación.
Las sospechas de que el imparable ascenso de China en este ámbito se basa en subvenciones públicas que violan la libre competencia al posibilitar que sus marcas inunden los mercados globales con vehículos artificialmente baratos han llevado a la Comisión Europea a abrir una investigación por «prácticas depredadoras» que, de ser confirmadas, se traduciría en medidas correctoras, sin descartar elevados aranceles. Pekín ha calificado de «puro proteccionismo» esa respuesta y amenazado con represalias. La potencia asiática se ha volcado en liderar el desarrollo de tecnologías que determinarán el porvenir del planeta. Su apuesta por el coche eléctrico, en la que lleva años de ventaja a la Unión, forma parte de esa estrategia y es prioritaria para impulsar sus exportaciones y compensar así las debilidades de su economía.
El peso de la automoción en la UE otorga una enorme relevancia a este pulso. Las empresas chinas tienen la ventaja de una integración vertical que reduce sus costes al controlar las materias primas básicas. Pero la opacidad del país y sus agresivos precios justifican sobradamente los recelos de Bruselas. Europa ha de acelerar la puesta a punto de su industria y de sus políticas para ser competitiva en este terreno, un desafío de primer orden en el que no puede existir margen para el fracaso. La defensa del libre mercado es obligada. Una guerra comercial, nada deseable. Más razonable parece un acuerdo amistoso como el que estableció un precio mínimo y un volumen máximo a las importaciones de placas solares chinas.
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