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La Conferencia de Presidentes celebrada el pasado viernes en Cantabria suscita una serie de reflexiones acerca de la propia institución, puesta en marcha por José Luis Rodríguez Zapatero hace veinte años, y que hasta ahora no había conseguido reunir presencialmente a todos los líderes autonómicos ... de España. La imagen en la que posan en las escalinatas de acceso al Palacio de la Magdalena quienes encabezan los ejecutivos regionales de la nación junto al Rey y al presidente del Gobierno es histórica porque señala la pertinencia del encuentro con la función de coordinar al mayor nivel las políticas de las principales instancias públicas del Estado.
El entendimiento del poder territorial entre sí y con el Gobierno de la nación, que es lo que simboliza y trata de poner en práctica la Conferencia de Presidentes, implica la necesidad de que el entramado institucional del sistema autonómico y su reparto de competencias funcione y cuente con instancias en las que debatir y allanar las complejidades administrativas y políticas que comporta. Con la progresiva asunción de ámbitos de decisión las responsabilidades de las comunidades autónomas han ido creciendo hasta ocupar una relevantísima parte de los mecanismos decisorios, y compensatorios, del Estado. No puede concebirse un adecuado funcionamiento del mismo sin una buena coordinación de dos de los tres niveles, con el municipal, que lo organizan.
En todo caso, el de Santander fue un encuentro fallido en sus resultados concretos, porque no se acudió con ánimo de colaborar, ya desde la primera convocatoria en la que Moncloa trató de limitar los asuntos que iban a ser puestos en común. Las comunidades quedaron alineadas en dos bloques monolíticos, el gubernamental y el popular, y los monólogos se sucedieron sin espíritu constructivo ni dejar de circunscribir cualquier decisión a las posiciones previas. Es el camino que ha emprendido desde hace años la política española y del que no hay visos que vaya a salir en los próximos tiempos.
Por subrayar otros aspectos positivos, lo es también el que la cumbre se celebre en los distintos territorios españoles, y en este caso ha promovido una muy significativa visibilidad de Cantabria: las imágenes del Palacio de la Magdalena, con el fondo de la Bahía, no por habituales para santanderinos y visitantes dejan de ser una magnífica estampa de promoción de la región.
Al margen de la Conferencia, pero vinculado a la presencia del Gobierno de España en Cantabria, la visita de la ministra para la Transición Ecológica, Sara Aagesen, trajo dos buenas noticias para la Comunidad. Una, el acuerdo sobre los espigones de la Magdalena, que permitirá completar el sistema de contención de la arena en la popular playa tal como estaba previsto en el proyecto inicial, estabilizar el arenal y recuperar el uso completo para disfrute de los ciudadanos. Hay que valorar como positivo, y hasta ejemplar, el entendimiento entre administraciones de distinto signo, hecho que al mismo tiempo subraya el improductivo periplo, con el consiguiente desgaste en cuanto a tiempo y dinero invertidos estérilmente, seguido hasta su resolución. Y la segunda, la presencia de Aagesen en la factoría de Solvay de Torrelavega que, aunque no aportó soluciones concretas, abrió vías para apoyar el difícil proceso de transición energética en el que está inmersa buena parte de la industria regional e implica el intento de comprender el problema, paso imprescindible para conseguir su solución.
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