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Al ser reelegido hace un año para un segundo y último mandato, Emmanuel Macron prometió una nueva forma de gobernar basada en grandes consensos y ... una atenta escucha de las inquietudes de la población. Lejos de ese objetivo, Francia atraviesa una crisis social y política de magnitudes desconocidas en el pasado reciente, con una calidad democrática cuestionada por diversos sectores y un presidente de la República achicharrado, objeto de caceroladas en las ciudades que visita y cuya imagen de arrogancia e insensibilidad al sentir ciudadano se ha agudizado hasta límites difícilmente manejables. La controvertida reforma de las pensiones que retrasa la edad de jubilación de 62 a 64 años ha encendido la mecha, aunque el extendido malestar en las calles se alimenta también de causas que van desde la pérdida de la calidad de vida de amplios colectivos a una creciente brecha con las élites en el poder.
La imposición del proyecto por decreto, después de una terca negativa a negociarlo con los sindicatos y sin entendimiento alguno con la oposición, lo ha convertido en un trágala que ha desatado la ira popular, cuya intensidad se medirá hoy en las movilizaciones del Primero de Mayo. Es cierto que Macron se presentó a las urnas con el compromiso de aprobarlo, lo que ha hecho con un procedimiento discutible, pero perfectamente legal. Como lo es que su victoria tuvo al menos tanto de apoyo a su candidatura como de rechazo a la ultra Marine Le Pen, su rival en la segunda vuelta. Y que ha sido incapaz de convencer al país de la necesidad de iniciativas ya aplicadas en otros y justificadas por el escenario demográfico y su impacto en las cuentas públicas.
El severo deterioro de la credibilidad del presidente constituye un pesado lastre para avanzar en los cuatro años que le restan en la modernización de Francia que anunció. Sin posibilidad de ir a la reelección, tiene las manos libres para adoptar el perfil de estadista que toma decisiones para el bien general por muy dolorosas que resulten y al margen de sus consecuencias en las urnas. Nadie podrá discutirle arrojo político. Macron ha demostrado tanto como torpeza en el manejo de una situación explosiva que ha dado alas a los extremismos de derecha e izquierda –las principales alternativas a su liderazgo– y está dañando peligrosamente el prestigio de las instituciones. Pese a todo, aún está a tiempo de recuperar un cierto consenso nacional y alejar al país del abismo.
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