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El escrutinio electoral en Rusia ofreció el resultado previsible. Vladímir Putin no podía permitirse una victoria menos holgada que la anterior. Debía ser rotunda, histórica, ... sin precedentes desde la desaparición de la URSS. Debía mostrar el apoyo entusiasta de la población a la guerra contra Ucrania y la entrega sin condiciones de su destino a lo que el autócrata del KGB resuelva en cada momento. Un 87,28% le pareció suficiente. Un porcentaje mayor o más redondeado podría resultar demasiado sospechoso. Pero la desfachatez del Kremlin puede asumir esa cota inverosímil en la confianza de que nunca se sabrá ni cuántos ciudadanos participaron en los comicios ni cuántos votaron física o telemáticamente por su líder. Una desfachatez que se impone en Rusia, pero que también afecta a las sociedades libres en tanto que corremos el riesgo de acostumbrarnos a que la potencia más próxima a Europa continúe bajo una dictadura eterna y amenazante para las democracias.
El presidente electo hasta 2030 celebró la victoria mostrando todo su repertorio de déspota. Se refirió por primera vez a la muerte de Aléxei Navalni con un cruel «así es la vida» no solo como sarcasmo que sugiere que su más notorio opositor fue asesinado, también para ahondar en el ánimo fatalista de sus 'súbditos', sometidos a un sistema de intimidación implacable. Además, advirtió que puede desatarse una tercera guerra mundial en la que, a su entender, nadie está interesado. Una apostilla con la que vino a señalar que es un escenario al que Rusia puede enfrentarse con una actitud más resuelta –más desesperada– que el mundo libre. Al hablar en tono distendido de lo peor, con la naturalidad de quien ha pensado toda su vida en una eventual conflagración apocalíptica, banalizó la injusticia extrema que representa su guerra contra Ucrania, dejando así la puerta abierta a cuantas «operaciones militares especiales» decida iniciar más allá de los límites de la Federación Rusa.
La ministra de Defensa, Margarita Robles, ha declarado que «la amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente», en línea con Macron. Pero ni las mayorías que gobiernan cada uno de los Veintisiete ni las instituciones de la UE acaban de mostrarse cohesionadas y coherentes frente a las guerras de Putin. Empezando por la dispersa alianza que sostiene al Ejecutivo español, mientras la polarización partidaria ciega las posibilidades de una política de Estado efectiva en materia de Defensa.
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Ana del Castillo
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