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La ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos en París superó todas las aperturas previas al salirse de eventos desarrollados en un estadio para ocupar un espacio inmenso universalizado de antemano por la historia, la literatura, el urbanismo, la cinematografía y un turismo de masas. ... La cita olímpica bogó por el Sena ayer ofreciendo imágenes para el recuerdo. Infinidad de abanderados y equipos nacionales se dejaron llevar por una corriente de júbilo anunciando que miles de deportistas pondrán a prueba sus muchas horas de entrenamiento y sus últimos minutos de concentración para competir con sus iguales. Ondearán las banderas, pero prevalecerá la admiración hacia el esfuerzo individual de jóvenes entre recién salidos de la adolescencia y llegados a la madurez que llevan años en la escuela de valores del deporte. Jóvenes que han obtenido las mínimas individuales para París. Equipos que han pasado por eliminatorias muy exigentes para descender por el Sena. El medallero final será así la punta de un iceberg que animará a muchos de los participantes y a miles de nuevos aspirantes a empeñarse para llegar a la siguiente cita en Los Ángeles en 2028. Asistiremos a un despliegue de capacidad, talento, reconocimiento del otro, sentido de equipo, disfrute competitivo, alegría y emoción combinado en pocos días.
Pero ni las fallas de la organización federada del deporte pretendidamente amateur ni, mucho menos, las tensiones que soporta el orden mundial pueden obviarse en la exaltación del espíritu olímpico. Miles de deportistas han logrado acceder a París, pero en precario. Son demasiados los que han podido inscribirse en las pruebas de distintas modalidades recurriendo a una nacionalización de última hora o a significarse como parte de la desnacionalización impuesta por guerras desatadas contra la humanidad. Las vicisitudes políticas han resuelto que Francia acoja los Juegos en medio de la inestabilidad institucional, con un presidente de la República abiertamente cuestionado y un Gobierno entre cesante y pendiente. Y también en la inseguridad que supone enfrentarse a riesgos que derivan de la agresividad del régimen de Vladímir Putin o de un yihadismo que en Francia es a la vez exterior e interior. El hecho de que en la inauguración olímpica en ambas orillas del Sena hubiese ayer un servidor público armado por cada tres participantes en la fiesta advierte de que lo mejor no tiene más remedio que abrirse paso entre lo peor.
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