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La nueva doctrina nuclear decretada por Vladímir Putin, que valida el uso de tales armas frente a un ataque o amenaza sobre suelo ruso con medios convencionales que sea realizado por un «enemigo externo» en posesión de armamento atómico o que se encuentre respaldado por ... un país que lo esté, no solo eleva varios peldaños la escalada verbal del Kremlin: ha de tomarse como una advertencia que podría hacer efectiva cualquier día. La medida, coincidente con la utilización ofensiva de misiles ATACMS estadounidense por parte de Ucrania sobre la región fronteriza de Briansk con el plácet de Joe Biden, otorga apariencia de legitimidad a lo que en adelante se le pueda ocurrir a la nomenclatura rusa. Moscú manifestó que es un derecho que se reserva. El expresidente Dmitri Medvédev, que acostumbra a ser su voz más altisonante, se refirió a ataques de destrucción masiva contra Kiev y la OTAN. La literalidad de la norma apunta claramente al país del que proceda el ataque o la amenaza para Rusia o para Bielorrusia. En estos momentos, a Ucrania.
Mil días después de que Putin diera la orden de invasión y anulación de la soberanía de ese vecino y semanas más tarde de que tropas y artillería de otra potencia nuclear como Corea del Norte penetrasen en territorio ucraniano, el Kremlin vuelve a recurrir al victimismo alegando que el agresor está siendo agredido. La disuasión pretendida amagando con el uso de ojivas atómicas en el caso de que la soberanía y la territorialidad de Rusia se vean en peligro es un mensaje dirigido a Londres y a París, para que no entren en juego ni los Scalp franceses ni los Storm Shadow británicos. Pero, sobre todo, hacia la próxima toma de posesión de la presidencia estadounidense por parte de Donald Trump, de modo que la conocida renuencia de éste a implicarse más en la OTAN y en la defensa de Ucrania o de la Europa limítrofe con Rusia acabe siendo percibida también como la respuesta más sensata al poder coercitivo del país al que Putin intenta encumbrar en calidad de potencia mundial, para lo que bastará con que la peripecia de los ATACMS dure solo el tiempo que resta hasta que el líder republicano se instale en la Casa Blanca.
Esta dialéctica trata de sacar a Europa de la ecuación. Ante ella, la Unión no tiene más remedio que darse mucha prisa para asegurar sus valores democráticos mediante una defensa común y menos dependiente de los avatares en Estados Unidos.
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