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La cifra simbólica de mil días de guerra que están a punto de cumplirse representa otras tantas jornadas de devastación para Ucrania. De pérdida de decenas de miles de vidas civiles y en el frente de batalla, de forzoso exilio para millones de ciudadanos. Y, ... a la vez, de valeroso combate para recuperar la integridad territorial que Rusia comenzó a arrebatarle ya en 2014, con la anexión de Crimea y parte de las provincias separatistas del este, y que Vladímir Putin convirtió el 24 de febrero de 2022 en una invasión masiva para transformar por la fuerza un país soberano de decidida vocación europeísta en un vasallo de su ambición expansionista. Al coste humano irreparable de la agresión del Kremlin se añade la devastación sistemática de infraestructuras, implacable una vez que la llamada «operación militar especial» fracasó en su intento de tumbar en unos días al Gobierno democrático de Kiev. Ataques como el sufrido la noche del sábado, uno de los peores en casi tres años, se ceban con el sistema energético de un país que se asoma a su tercer y riguroso invierno de conflicto con el 65% de la capacidad de proporcionar calor a su población y suministro a hogares e industrias destruida por el cruel propósito ruso de apoderarse del territorio vecino a base de volverlo inhabitable.
Hasta ahora, Ucrania ha podido luchar por su futuro con el sustento financiero de la Unión Europea y de la mayoría de sus Estados miembros, además del respaldo militar liderado por Estados Unidos. La decisión de Joe Biden, presidente en ejercicio hasta el 20 de enero, de autorizar ataques ucranianos con armas estadounidenses de largo alcance contra territorio ruso llega cuando Kiev debe combatir la incorporación de tropas norcoreanas al ejército invasor. Y cuando asiste con lógica preocupación a la confusión que siembran entre los aliados occidentales iniciativas políticas de las que Zelenski recela abiertamente. La unilateral llamada de Olaf Scholz a Putin, su primera conversación en los dos últimos años, estimula el apetito del Kremlin por reforzarse de cara a una negociación que consagre su violación del Derecho Internacional y ni siquiera le exija renunciar a nuevas agresiones a Ucrania y sus otros vecinos. El movimiento de Biden sacude el inicio del G20 y libera a Reino Unido y Francia de 'líneas rojas' en un momento en que urgencias internas como las exhibidas por el canciller alemán deben retroceder ante lo que está en juego: la seguridad de Europa.
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