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El asalto de la Policía ecuatoriana a la Embajada de México en Quito para detener al exvicepresidente Jorge Glas Espinel allí refugiado, y su posterior encarcelamiento contra las normas que amparan la representación de unos países en otros, no solo ha llevado la inquietud al ... ámbito mundial ante la eventualidad de que sucedan hechos semejantes en otros entornos democráticos. Una acción tan expeditiva contra el Derecho Internacional, ordenada y reivindicada por el presidente Daniel Noboa bajo el argumento de que así se defiende la soberanía nacional frente a la impunidad, ha desatado una crisis de gobernabilidad y de estabilidad en Ecuador. El Gobierno de Noboa queda en minoría parlamentaria, cuando había logrado la anuencia mayoritaria del Legislativo para el impulso de su agenda. Con el riesgo añadido de que la confusión política resultante dé alas a las bandas organizadas para recuperar el terreno perdido por la actuación sin garantías de las fuerzas de seguridad al mando del dirigente ecuatoriano.
Al tiempo que la escalada gestual entre Noboa y Andrés Manuel López Obrador compromete las relaciones entre los ejecutivos del área latinoamericana. Y sitúa a millones de ciudadanos ante una disyuntiva cegada entre autoritarismo o populismo. Las declaraciones de López Obrador, en las que admite que la tensión entre Ecuador y México podría escalar hacia otros países «porque nuestra postura incomoda a las oligarquías de América Latina y a las fuerzas hegemónicas del extranjero», tratan de situar a una nación de 128 millones de habitantes como referencia del orden mundial resultante de la proliferación de conflictos. La violación del Derecho Internacional por parte de Daniel Noboa solo puede revertirse con la devolución de Jorge Glas a la sede diplomática mexicana en Quito. Para que, si lo considera, la Justicia ecuatoriana investigue o procese al exvicepresidente.
Pero resulta entre absurdo y preocupante que López Obrador prosiga con su beligerancia verbal cuando su mandato de seis años está a punto de expirar, y después de anunciar su retirada definitiva de la política activa. No es ese el legado presidencial que merece México, cuando en buena medida su futuro inmediato se juega también en las elecciones de noviembre a la Casa Blanca. Y cuando quien releve al dirigente populista a partir de septiembre tendrá solo dos meses de margen para tratar de que no se levanten más muros en su frontera norte.
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