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Las elecciones al Parlamento Europeo del pasado 9 de junio concedieron a las fuerzas que han construido la Unión desde su nacimiento –conservadores, socialdemócratas y liberales– la mayoría suficiente –el 55% del voto ciudadano– para que lo sigan haciendo en defensa de sus principios fundacionales ... y de los avances experimentados en cohesión social y política. La continuidad de Ursula von der Leyen en la presidencia de la Comisión, la incorporación de António Costa al frente del Consejo y la designación de Kaja Kallas como Alta Representante de la Unión son un reflejo más que razonable de ese escrutinio. No podrán contar ni con uno solo de los cien días de margen que se solicitan en situaciones análogas. Con Mark Rutte asumiendo, por su parte, la secretaría general de la OTAN. Se demostró ayer, con el anuncio de conversaciones formales para la incorporación de Ucrania en la Unión entre una Comisión en funciones y otra sin que se haya cerrado su composición definitiva. También porque si alguna virtud tiene el acuerdo inicial para dirigir las instituciones de la Unión es que, en términos generales, el equipo entrante se hará cargo de las políticas desarrolladas y apuntadas en un período tan crítico como el de los últimos cinco años. Aunque la fórmula pactada, entre otros, por Pedro Sánchez, Donald Tusk y Emmanuel Macron deberá afrontar, de entrada, la abierta indisposición de los gobiernos de Italia, Hungría y Eslovaquia a compartirla. Entre otras razones, porque Bruselas no puede permitirse navegar sin el concurso activo de la tercera economía de la Unión. Y contra una extrema derecha concebida como un bloque doctrinariamente unitario sin tener en cuenta que también ahí se confunden europeístas a los que es necesario escuchar en pro de la integración ampliada de la UE.
La discusión de la agenda estratégica del nuevo quinquenio se presenta como la oportunidad más convincente para que Italia y el partido de Giorgia Meloni acaben confluyendo en el gobierno de la Unión. Lo que devuelve a conservadores, socialdemócratas y liberales a un tratamiento menos ideologizado de los retos de la Unión Europea. Su ampliación hacia el Este, comprometida con la defensa común frente a Rusia y las demás autocracias. Su crecimiento en competitividad y en cohesión social frente a economías que actúan al margen de convenciones sujetas a supervisión internacional. Su consenso vital respecto a la migración como impulso humano en un mundo dramáticamente desigual.
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