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El desalojo ayer de UPN de la Alcaldía de Pamplona, justo siete meses después de las elecciones del 28-M que situaron a los regionalistas como la fuerza más votada pero con posibilidad de una entente alternativa de Gobierno municipal, representa la alianza más ... comprometida y de mayor calado que ha sellado hasta ahora uno de los dos partidos llamados a dirigir España –el PSOE– con la formación que encarna a la izquierda abertzale en la etapa post-ETA. La moción de censura constituye un instrumento constitucionalmente legítimo y políticamente posible en tanto que lo protagonizan partidos que forman parte del entramado institucional y sus candidatos se han sometido al escrutinio del voto ciudadano. Pero lo legal y lo factible no otorgan por sí solos la pátina de respetabilidad que debería exigírsele al desempeño de las responsabilidades públicas.
El mismo Pedro Sánchez que accedió a la Moncloa a través de la moción que desbancó a Mariano Rajoy, ha optado ahora por que los decisivos votos del PSN aúpen al Ayuntamiento pamplonés a una izquierda abertzale a la que los propios socialistas reprochan que no haya cubierto el trecho que le queda por su complicidad con la violencia etarra; un argumento que emplean, además, para negar que la operación vaya a repetirse en el País Vasco. Es esa izquierda abertzale que llevaba sentenciados por terrorismo en sus listas para el 28-M, tras el cual el PSN permitió que Cristina Ibarrola fuese alcaldesa. Si un pacto es tan defendible hoy, por qué cupo considerarlo vergonzante o ponzoñoso hace siete meses, cuando Sánchez se jugaba en las urnas su porvenir.
La paulatina institucionalización de Bildu y los logros que está cosechando de ella, incluido su empuje electoral, constituye el atroz recordatorio de la iniquidad de nuestra tragedia colectiva y el reflejo, también, de que la democracia siempre es más poderosa que aquellos que intentan dinamitarla. Pero constituye, en el mejor de los supuestos, una ingenuidad imperdonable deducir que las exigencias éticas básicas incluidas en el pacto de Pamplona –la capital de la Euskal Herria unificada e independiente por la que ETA mató y a la que Bildu aspira– arrastran a los de Arnaldo Otegi a hacer lo que no han hecho hasta ahora. Antes al contrario: cuanto más determinantes, menos estímulos tienen no ya para apostatar del pasado, sino para renunciar en el presente y ante el futuro a imponer la lectura que sigue justificando históricamente el terror.
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