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El primer balance de daños de la irresponsable guerra comercial abierta por Donald Trump refleja un panorama desolador en el que todo el mundo pierde. ... El descalabro de los mercados financieros, con notables desplomes de los bancos en la Bolsa española, es la consecuencia directa de una ofensiva que terminará en el bolsillo de los consumidores. Si había alguna duda, el presidente de Estados Unidos confiesa que esta irracional embestida arancelaria es su manera de forzar acuerdos en condiciones ventajosas, aunque para ello haya castigado a sus aliados. En su jerga, para que «se arrastren a la mesa de negociación» con la idea de arrancarles pactos «formidables». El chantaje solo agudizará la incertidumbre internacional y el aislacionismo de EE UU. Frente a un desafío que mina el libre comercio, Europa se debate entre mantener el vínculo, como plantea Ursula Von der Leyen, o dejar de invertir en el país del dólar, como sugiere Emmanuel Macron. En medio, la postura que parece más sensata consiste en que la UE explore nuevas alianzas con una amplia mirada que llegue hasta Mercosur, India y Sudáfrica. Pero nada de eso puede hacer olvidar que la batalla provocada por Trump es absurda de raíz. Para ultraproteger a la principal potencia, acaba obligando a Europa a movilizar fondos multimillonarios que palien el impacto de los aranceles, cuando sus Estados miembros son incapaces de aumentar los gastos en defensa que les exige el magnate.
La guerra comercial solo sirve para convulsionar la economía. En España, afectará a los artículos textiles, la electrónica y los vehículos. También a las exportaciones de aceite frente a Turquía y Marruecos, que podrían aprovechar sus menores gravámenes. China se planta y recrudece el pulso. Se acerca a Japón, su histórico enemigo, y anuncia represalias arancelarias igualmente desproporcionadas a EE UU. Trump pretende un revulsivo de la economía nacional y, a la vez, que empresas extranjeras trasladen sus centros de producción a EE UU. Toda una paradoja para un país que sentó las bases de la globalización hasta el punto de instalar fuera de sus fronteras muchas de las factorías de su 'american way of life' en busca de mano de obra más barata. La factura la pagará también el consumidor estadounidense a la hora, por ejemplo, de comprarse un coche extranjero, comerse una piña o fumarse un puro. Trump les pide tiempo hasta que «los mercados experimenten un 'boom'». Pero la detonación ya ha comenzado.
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