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Hace un mes, Kamala Harris aparecía como una opción fallida, engullida por la sombra de un presidente en sus horas más amargas. Ahora, el Partido Demócrata acaba de sumarse en su convención al entusiasmo que la candidata a la Casa Blanca ya había conseguido despertar ... antes de llegar a Chicago. Subida en una ola de 500 millones en donaciones para su campaña y respaldada por el vuelco que ha imprimido en los sondeos, Harris se enfrentó la madrugada de ayer al que incluso antes de pronunciarlo ya había sido calificado como 'el discurso de su vida'. Lo hizo con la solvencia adquirida en sus años como fiscal y representante política, después de cosechar el respaldo de las grandes figuras de su formación. Y prefirió enunciar grandes líneas programáticas antes que descender a medidas concretas que faciliten vías de ataque a su adversario; antes que definir, con algo más que ambigüedad estratégica, cómo conjugará la inevitable defensa de los cuatro años junto a Joe Biden con la necesidad de mostrarse como el rostro de una nueva generación.
Harris y su equipo saben que se juegan la victoria el 5 de noviembre no en un cónclave con los suyos, sino en el próximo recorrido por el país, con énfasis particular en Estados decisivos como Arizona, Georgia o Pensilvania. El ticket demócrata ya dejó claro el segundo día de la convención, con su escapada a Milwaukee para llenar el recinto en el que los republicanos proclamaron a Donald Trump, que buscará un acceso más directo a los potenciales votantes. El previsto debate con su contrincante conservador en septiembre –y el de vicepresidentes, con un Tim Walz llamado a ser decisivo entre la clase media frente al escaso tirón de J. D. Vance– y las obligadas entrevistas con los grandes medios forzarán a la candidata a concretar sus propuestas. Lo ha hecho ya en política exterior, con su apoyo a Ucrania y la OTAN y el inevitable respaldo al derecho de defensa de Israel, ahora acompañado por la exigencia de un alto el fuego que permita liberar a los rehenes y detener la matanza de civiles en Gaza.
En las once semanas que restan para las elecciones, Kamala Harris tendrá que detallar cómo se propone mejorar la vida de los estadounidenses. Y además la segunda mujer aspirante a la presidencia afrontará a un rival sin escrúpulos y adalid de esa masculinidad tóxica que no ha dudado en ensañarse con el hijo neurodivergente de Tim Walz.
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Ana del Castillo
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