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La letra que el presidente Sánchez empieza a poner a la melodía de su carta del pasado miércoles y de su comparecencia pública de anteayer inquieta a los integrantes de uno de los tres poderes del Estado, la Justicia, y a una de las bases ... fundamentales del ejercicio de las libertades, los medios de comunicación. Tras su retiro y reaparición, su propósito de continuar en la Moncloa esta y la próxima legislatura se ha vuelto contra la judicatura y la prensa. En una sociedad abierta, las resoluciones judiciales son criticables siempre que sea de forma razonada, sin caer en el juicio de intenciones y sin alentar sospechas respecto a la actuación de jueces y magistrados. Los autos son recurribles, y las sentencias también hasta que se hacen firmes. Los miembros de la judicatura cuentan con un estatuto de obligaciones ineludibles, con la posibilidad de que su proceder sea corregido e incluso sancionado si lo incumplen.
El Estado es de Derecho porque cuenta con contrapesos. Pero Pedro Sánchez se equivoca profundamente si cree que el presidente, el Gobierno como órgano colegiado o el ministro de Justicia tienen el cometido de monitorear la labor que desarrollan a través de sus autos y sentencias jueces, magistrados y órganos judiciales. Hasta el punto de diseñar desde el Ejecutivo la que se pretende como «una Justicia más democrática». Si el Gobierno o los grupos que lo apoyan quieren hacer uso de la injustificable interinidad en que malvive el CGPJ para idear una fórmula de elección que lo ponga más al servicio de la política partidaria, y en concreto de la mayoría de gobierno, el bulo es la regeneración.
La desinformación es un grave problema para la libertad y la emancipación ciudadana. Cultiva la mentira frente a la verdad. Promueve la superchería frente a la evidencia científica. Y es empleada para dañar a las personas en su dignidad y honor. Pero no puede ser combatida afectando a la libertad de expresión y al derecho a la información, sino dándoles cauce para que sea la realización de esos valores lo que haga prevalecer el rigor sobre el engaño y la convivencia sobre la división. Una de las mayores aportaciones posibles del gobierno de un país democrático es la transparencia.
Pero Sánchez lleva ya una semana protagonizando un soliloquio ocultista que solo genera incertidumbre. Obligando a los espectadores a cavilar sobre si se trata de un guión redactado previamente o nos encontramos ante un ejercicio de improvisación continua que únicamente se sostiene porque se realiza desde un poder que se cree omnímodo.
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