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La Constitución cumple hoy 45 años después de que las distintas familias políticas que dejaron atrás la dictadura franquista convergieran, pese a sus diferencias, para alumbrar un marco de convivencia pluralista homologable a las sociedades democráticas. Más de la mitad de los actuales ciudadanos no ... participaron en el referéndum en el que fue aprobada, y los jóvenes han conocido la etapa de más libertad y progreso de nuestra historia sin percatarse del esfuerzo que supuso como acto de concordia y de renuncia compartida a colmar las respectivas aspiraciones. Ya hace cuatro décadas el consenso no era bien visto por quienes entendían que coartaba el ánimo de aquellos que pretendían cambios más acelerados o profundos, y mostraban su añoranza porque la Transición, con el apoyo de una inmensa mayoría, hubiese adoptado el camino de la reforma y no el de la ruptura.
Periódicamente han aflorado expresiones de desafección respecto al consenso en torno a la Constitución con el argumento que nació en circunstancias muy comprometidas por las amenazas involucionistas y que no fue ni redactada ni refrendada por las nuevas generaciones. Durante el mandato de Rodríguez Zapatero emergió la necesidad de una reforma que consagrase los derechos civiles y sociales que iban completando el cuadro de libertades. Y en torno a 2015 el 'régimen del 78' se convirtió en el objetivo de la 'nueva política' de izquierdas, encarnada por Podemos, que removió el tablero partidario. La Carta Magna debería recoger cuantos avances en igualdad, autogobiernos y derechos ha venido experimentando España para así consolidarlos como bien común. Pero, a diferencia de lo que ocurría hace 45 años, llevamos demasiado tiempo atenazados entre proyectos divergentes que tienden a separarse de cualquier propósito a compartir. Nuestra Ley Fundamental es, sin duda, mejorable en su literalidad. Pero para eso es imprescindible consensuar los cambios que necesita a través de mayorías muy amplias y de largo recorrido que hoy, por desgracia, parecen impensables.
La letra de la Constitución es infinitamente mejor para todos los españoles que la multiplicidad de sonidos discordantes que invaden el espacio público en forma de ruido. Porque, contra lo que argumentan sus críticos desde el extremo izquierdo o el derecho, o desde la negación independentista de un marco integrador y solidario, hasta el disenso es posible gracias a ella.
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