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La cifra de muertos por el atentado terrorista del pasado viernes contra los asistentes a un concierto en las proximidades de Moscú ha aumentado cada día, mientras el régimen de Vladímir Putin y los medios bajo su censura insistieron en eludir hasta anoche la autoría ... yihadista como la hipótesis más plausible. Un modo de incriminar a Ucrania, contra cuya capital lanzó ayer Moscú misiles hipersónicos tras un fin de semana de continuos bombardeos sobre distintas ciudades del país. Como si esta nueva oleada de ataques contra la población civil y las infraestructuras ucranianas fuese en sí misma la demostración de que el Gobierno de Volodímir Zelenski se encuentra detrás de la masacre de Krasnogorsk. O, cuando menos, como si la consternación y la rabia que estos días han sentido los ciudadanos rusos pudiera aliviarse arremetiendo contra los europeos que el Kremlin tiene más a mano para así conferir a la «operación militar especial» iniciada hace más de dos años motivos sobrevenidos de legitimidad.
Tras la publicación en un canal yihadista de un vídeo con imágenes obtenidas por los propios asaltantes del Crocus City Hall, las autoridades rusas tardaron horas en admitir, por fin, la verosimilitud de que tras la matanza se encuentra el Estado Islámico. Un supuesto que ineludiblemente manejaban los servicios de seguridad antes de que Putin lo admitiera ayer, no sin preguntar insidiosamente «quién se beneficia» del ataque en un intento de abonar la teoría de una amplia alianza enemiga que reclama la férrea unidad de la población en torno al liderazgo del autócrata de nuevo ungido en unas elecciones amañadas.
La comparecencia pública forzada de los detenidos por el atentado mostrando huellas inequívocas de haber sido torturados, con la clara intención de destacar la reacción implacable de los oficiales rusos, y los mensajes de altas autoridades que apuestan por «matarlos» forman también parte de la justificación de la brutalidad a la que se entrega el régimen cada vez que tiene ocasión para ello. Aunque la propia estampa de hombres empequeñecidos a golpes por sus captores suscita interrogantes sobre cómo pudieron perpetrar tan abominable ataque sin contar por lo menos con la pasividad de las autoridades. Y cómo pudieron ser localizados y detenidos circulando por una carretera de salida de Rusia repleta de controles, evidenciando que no habían previsto ningún plan de huida o que habían sido instruidos para acabar así.
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