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La retirada de Joe Biden de la carrera presidencial atiende muy probablemente a lo que tantos estadounidenses, incluidos muchos de sus seguidores, esperaban del actual inquilino de la Casa Blanca. Aunque deberán transcurrir horas y algunos días hasta que el Partido Demócrata se resitúe ante ... la cita del 5 de noviembre. Biden ha adoptado una decisión que no podía posponer, por el bien del país y de su partido tal y como indicó en su primer mensaje. El segundo de los transmitidos a través de la red social X mostraba por una parte que no estaba claro el procedimiento que debía seguirse para sustituirle como candidato, al tiempo que parecía designar a la vicepresidenta Kamala Harris como su relevo natural. Ciertamente, Harris es heredera de la prerrogativa del presidente de postularse para la reelección, incluyendo el acceso franco a los fondos recogidos para sufragar la campaña hasta ahora. Ello podría contribuir a que su candidatura no fuese cuestionada abiertamente por otros posibles aspirantes demócratas de cara a la Convención de dentro de un mes en Chicago. Pero, independientemente del parecer que suscite la vicepresidenta entre las bases demócratas, es indudable que pesa la sensación generalizada de que nadie en estos años se ha preocupado de situar su figura a la altura del relevo que por momentos se le asignaba ni del papel que su supuesto mentor le adjudicó ayer para enfrentarse a Donald Trump.
Hace tan solo un par de meses el grueso de los demócratas parecía no solo ver en Biden la única esperanza de contener el arrojo de Trump, sino creer en él como una opción segura para continuar pilotando EE UU. Pero el desgaste sin paliativos de sus posibilidades ha dejado en el aire la pregunta de si los inscritos al Partido Demócrata están pensando realmente en que alguien de los suyos gane las elecciones presidenciales o si han llegado a la conclusión de que, dadas las circunstancias, se trataría de minimizar costes de cara a próximas lizas. Pregunta que la retirada de Biden subraya aún más y a la que su partido debería responder con señales enormemente convincentes solo para recuperar el empuje de unas primarias caídas en el olvido. Empezando por que el presidente pase ahora a desempeñar la función del líder experimentado dispuesto a aconsejar a los suyos desde la previa asunción de las decisiones que adopten en un momento en el que el desistimiento y la incomparecencia podrían no solo poner en riesgo la solvencia de su partido, sino acabar con el sistema bipartito y de alternancia.
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