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La subida del IPC hasta el 3,4% en España, por encima de la media de la zona euro, y la de los alimentos y bebidas no alcohólicas hasta el 7,4% vuelve a introducir dos factores de preocupación para las cuentas de los hogares. ... El repunte interanual de los precios de la electricidad explicaría que la inflación insista en ensombrecer parcialmente el momento económico, a medida que se retiran las ayudas públicas. Siendo previsible que ocurra lo mismo una vez que decaiga la prórroga de aquellas que continúan vigentes, como los descuentos al transporte. A no ser que la incidencia de los precios lleve a los países europeos que presenten mayores índices de inflación a cubrir a cuenta del erario el gasto ordinario de sus ciudadanos con el plácet correspondiente de Bruselas. Lo que probablemente contribuiría al mantenimiento al alza de la inflación como problema estructural. Convirtiendo en poco menos que en una quimera su contención por debajo del 2%, objetivo canónico del Banco Central Europeo. Porque sería temerario concebir el límite máximo de inflación como si se tratase de una convención pasajera y flexible para algunos casos o momentos. De modo que se dé por supuesto que los españoles y otros europeos podríamos afrontar eventualmente una inflación cronificada por encima del 3%, con el único requisito de que la política presupuestaria se adecúe a un panorama que las familias tendrían que asumir con absoluta normalidad. Aun a riesgo de que el BCE tuviera también que cronificar una política monetaria que hace no tanto tiempo Christine Lagarde calificaba de transitoria.
Aunque hay un aspecto de los datos ofrecidos por el INE que no puede suscitar menos preocupación que los efectos económicos de la inflación. Aspecto que no ha podido disiparse con la eliminación del IVA de los alimentos básicos. Son los efectos continuados, durante tres o cuatro años, de la carestía de los alimentos frescos en la calidad nutricional de la dieta de millones de personas en nuestro país. De niñas y niños que no encuentran la oportunidad de saborear más productos que los envasados y acompañados de elementos de conservación y de adicción gustativa poco saludables. Alejándose así de la dieta mediterránea. La renuncia obligada a consumos de proximidad, al pescado que entra en nuestros puertos y a carnes con garantía, afecta además a la viabilidad de empeños profesionales que estos días están expresando su protesta.
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