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Las concesiones obtenidas por los independentistas durante la negociación para la investidura de Pedro Sánchez, y en especial el anuncio de una proposición de ley ... de amnistía, han generado desaprobación y enfado tanto en el ámbito político como en el social. A estas alturas resulta cínico que los interpelados objeten con sorna que las críticas y protestas se refieren a una iniciativa legislativa de la que no se conoce ni una palabra. Como es inadmisible que se trate de justificar la dilación de las conversaciones entre Santos Cerdán y Carles Puigdemont en Bruselas por razones «técnicas» en la redacción de la pretendida norma orgánica. Los recelos y el descontento se refieren también a la condonación de deuda catalana pactada entre el PSOE y ERC. Y hasta a la transferencia acordada por ambos partidos de los trenes de cercanía en Cataluña, que ha llevado a convocar cinco días de huelga en Renfe y Adif entre noviembre y diciembre.
La llamada de Alberto Núñez Feijóo a que la contestación se manifieste este domingo al mediodía en plazas de todas las capitales de provincia del país supone un salto cualitativo respecto a los actos celebrados ya por el PP contra la amnistía. Pero son la convocatoria de concentraciones ante las sedes socialistas –organizadas en algunos casos por grupúsculos radicales y no comunicadas a la autoridad competente– y las pintadas de descalificación y amenaza sobre esos locales, lo que puede tensionar sobremanera la vida pública. Los incidentes frente a la sede central socialista, en la calle Ferraz de Madrid, son inadmisibles y revelan el riesgo de que la agitación callejera se acabe yendo de las manos y desatando un incendio social.
Protestar delante de las oficinas de un partido cabe dentro de la libertad de reunión y de manifestación. Pero hacerlo en nombre de la espontaneidad ciudadana, profiriendo eslóganes de imposible encaje en la convivencia, bajo el anonimato de una cita sin convocantes, desborda la normalidad. Que un partido parlamentario –Vox– planee o secunde ostensiblemente una 'visita' sin control a las puertas de otro partido parlamentario merece todos los reproches democráticos. Abascal estará convencido de que no puede desaprovechar la oportunidad para superar desde la derecha radical la oposición que el PP ha decidido ejercer contra las concesiones al independentismo catalán. Solo que, desde el polo opuesto, Vox le hace el juego a Puigdemont. Cuyo objetivo inmediato es debilitar la España constitucional, aunque Sánchez prefiera obviarlo.
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Ana del Castillo
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