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La agresión expansiva de Vladímir Putin contra Ucrania no podía más que aflorar las contradicciones del régimen autocrático ruso. La gestación de un ejército privado de mercenarios al servicio del Kremlin que ha acabado reclamando un patriotismo superior al de su contratador es la paradoja ... que muestra la extrema debilidad de un sistema construido durante un cuarto de siglo a imagen y semejanza de las maquinaciones de un espía del KGB. Que Putin se mantuviera durante tanto tiempo en la cúspide de la Rusia postsoviética era ya prodigioso. Que osara pasar a las páginas más destacadas de la Historia tratando de invadir el país vecino, sacrificando miles de vidas para desafiar a todas las democracias, era una temeridad que debía volvérsele en contra. Tanto que, tras una infinidad de bravatas sobre el posible uso de su poderío nuclear, Putin no puede sino instar al mundo a que se decida entre su liderazgo sobre la potencia añorante o el caos en la Gran Rusia.
Servicios gubernamentales e institutos especializados concluyen que tanto el levantamiento de Wagner como el aparente arreglo posterior con Evgeny Prigozhin revelan hasta qué punto el Kremlin actúa cual funambulista sobre un alambre que está a merced de «traidores», en palabras de Putin. Con la única ventaja de que la demanda de petróleo de China e India continúa permitiendo a Moscú sortear las sanciones de las potencias democráticas y seguir manteniendo una guerra cruel para los ucranianos y desastrosa para los rusos. Ayer Prigozhin quiso dar señales de vida desmintiendo que la suspendida marcha de las tropas de Wagner hacia Moscú tuviese como objetivo derrocar el régimen, alegando que solo trataban de dejar en evidencia la endeblez de las fuerzas armadas rusas, incapaces de cubrir los objetivos de la «operación militar especial».
Que el afán expansivo de la autocracia de Moscú desembocara en una crisis interna, en la división dentro del Kremlin y en un vacío de poder formaba parte de las hipótesis manejadas por los aliados occidentales, y debía estar presente en la cúpula del poder ruso tanto como en sus aledaños. El potencial nuclear del que se han jactado Putin y sus entusiastas adquiere de pronto una fuerza disuasoria inmensa, cuando se puede temer que acabe fuera de control. Es la última balsa de salvación del presidente, convencer al mundo de que el arsenal atómico está más seguro si sigue en sus manos.
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