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La propuesta del PP, realizada en el marco de las enmiendas a la totalidad a la ley de amnistía que el Congreso debatirá este 10 de enero, para recuperar el castigo penal a la convocatoria de referendos ilegales de independencia y, sobre todo, para poder « ... disolver» los partidos que los promuevan certifica el abismo que hoy separa a populares y socialistas sobre el modo de afrontar las pulsiones de ruptura territorial. La supresión del delito de sedición y la rebaja del de malversación en el Código Penal pactada por el Gobierno con ERC, primero, y el borrado de las causas del 'procés' acordado, ahora, con Junts para investir a Pedro Sánchez otorgan razones de peso a los populares para inferir que se está produciendo un «vaciamiento» del Estado de derecho frente a quienes ya forzaron ilegalmente sus costuras en otoño de 2017 en Cataluña y no han renunciado a volver a hacerlo; un debilitamiento de la capacidad de respuesta de la ley de la que vienen alertando jueces, fiscales y expertos constitucionalistas.
Pero siendo esto así y resultando legítimo que los grupos opuestos a la ley de amnistía utilicen sus enmiendas a la totalidad para intentar deslegitimarla, las iniciativas para fortalecer el Estado que se cree que ha quedado inerme frente al independentismo por la necesidad política de Sánchez precisan vestirse con el ropaje de la seguridad jurídica y la congruencia constitucional. Es cierto, como sostiene el PP, que el artículo 31 bis del Código Penal ya permite desde su reforma de 2012 disolver un partido si incurre en delito. Pero entre esos supuestos no figura la organización y convocatoria de un referéndum autodeterminista, como tampoco entre las causas de ilegalización de la Ley de Partidos que proscribió las sucesivas marcas de la izquierda abertzale por su complicidad con ETA.
Con todo, y más allá del necesario contraste jurídico y de la viabilidad de la iniciativa del PP, lo que en apenas unos días constatará el debate parlamentario de las enmiendas a la ley de amnistía es la profundidad de la sima que hoy aleja a las dos fuerzas destinadas a sucederse en el Gobierno del país sobre cómo responder al secesionismo. La traumática experiencia de 2017 evidenció que la mera aplicación de la ley no basta para revertir las reivindicaciones rupturistas. Pero conviene no olvidar nunca que el respeto a esa ley como expresión de la democracia no constituye una decisión optativa, sino un compromiso con la convivencia del que no puede sentirse exento ningún partido en función de sus aspiraciones.
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