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El encuentro con el presidente chino, Xi Jinping, con el que Antony Blinken finalizó este lunes la primera visita de un secretario de Estado de EE UU a Pekín en cinco años retrata la reapertura de los canales de comunicación al más alto nivel ... entre las mayores potencias económicas, tecnológicas y militares del planeta tras un agudo deterioro de sus relaciones que las había tensionado al máximo. Aunque la entrevista estuviera rodeada de un ambiente gélido y una profunda desconfianza mutua, su mera celebración cuando no estaba prevista en la agenda oficial representa un signo esperanzador: el inicio del proceso de deshielo, por tímido que sea, perseguido en los contactos previos del jefe de la diplomacia norteamericana con el ministro chino de Asuntos Exteriores, Qin Gang, y otros dirigentes del régimen. El hecho de que el mero restablecimiento de una línea de diálogo constituya un avance demuestra el inconveniente extremo al que ha llegado el pulso entre los dos países.
El viaje de Blinken recupera el cancelado en febrero tras una ruidosa crisis bilateral por el paso por territorio estadounidense de supuestos globos-espías chinos. Un conflicto que envenenó aún más unas relaciones en una situación crítica por las diferencias en torno a la guerra en Ucrania, el bloqueo de EE UU a las exportaciones al gigante asiático de tecnología susceptible de ser usada en la fabricación de armas sofisticadas y el muy delicado contencioso sobre Taiwán, una cuestión existencial para Pekín y el principal peligro en sus vínculos con Washington. En el fondo late la rivalidad entre las dos potencias por la hegemonía mundial.
Es irreal esperar progresos sustanciales en esas materias a corto y medio plazo. No debería serlo que Estados Unidos y China recompongan sus lazos de tal forma que entablen un diálogo sincero sobre ellas y gestionen sus diferencias con la responsabilidad exigible a su condición de superpotencias. «El futuro y el destino de la humanidad dependerán de que ambos países encuentren la manera de llevarse bien», apuntó con razón Xi, mientras Blinken insistía, para tranquilizarle en torno a Taiwán, en que el principio de «una sola China» no ha cambiado. Bienvenida sea la distensión en la que ambas partes se han comprometido a trabajar en busca de una relación predecible. Unos buenos propósitos que previsiblemente serán puestos a prueba más pronto que tarde en un convulso tablero geopolítico global.
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