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La muerte confirmada de al menos 13 personas –al cierre de esta edición otras cinco seguían desaparecidas– en el incendio declarado en la madrugada ... de ayer en la discoteca La Fonda de Las Atalayas en Murcia, extendido luego a los locales colindantes de Golden y Teatre, ha provocado una ola de consternación y de condolencia hacia las víctimas en la comunidad origen de la tragedia y en el conjunto del país. Es la desolación colectiva que suscitan los sucesos más dramáticos para los que, en medio de la incomprensión, se agolpan preguntas y se buscan respuestas. Porque resulta muy difícil asimilar, en una sociedad donde la seguridad se ha convertido en cualidad distintiva de su desarrollo, que se pierdan tantas vidas y muy jóvenes cuando se disfruta de un buen rato en la existencia cotidiana. Y porque constituye un ejercicio casi infrahumano imaginarse el desconcierto, el pavor y el pánico de quienes no pudieron escapar del infierno a cientos de grados, proyectado por la joven Leidy Paola que grabó un sobrecogedor mensaje con su móvil para despedirse de sus padres; o intentar ponerse –un imposible– en la piel de todos esos familiares que acudieron atenazados por la angustia a la 'zona cero' del dolor en busca de noticias de los suyos; de los desaparecidos que, conforme transcurría el día, engrosaron la lista luctuosa de los fallecidos y la aliviada de los supervivientes. Porque hay que congratularse de que la catástrofe no haya sido aún más devastadora.
Asistir desde el consuelo, el cariño y el compromiso efectivo con sus necesidades a quienes han perdido a un ser querido y a quienes lograron salvarse del fuego constituye el mandato obligado y perentorio de los servidores públicos; especialmente ante las penosas tareas de identificación de los cuerpos calcinados de los fallecidos, vinculados en gran medida a la amplia comunidad de emigrantes latinoamericanos de Murcia. Una atención y colaboración que concierne también a las empresas que han visto sus locales arder, a la espera de las investigaciones, muy trabajosas por la destrucción causada por las llamas. Hay que confiar en que las pesquisas no dejen a las víctimas con ángulos invisibles sobre las razones de semejante desgarro. Pero por de pronto, este nuevo desastre, que evoca los de hace décadas en las discotecas Alcalá 20 de Madrid y Flying en Zaragoza, incide en la importancia vital de esmerarse en el control y fiscalización de las medidas de seguridad en el ocio nocturno.
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Ana del Castillo
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