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Veintiuna de las 23 futbolistas convocadas para representar a España en dos partidos de la Liga de Naciones decidieron en la madrugada de ayer seguir en la concentración a pesar de que habían dado muestras de acudir a ella obligadas por la amenaza de ... sanciones de inhabilitación. El compromiso de que las seleccionadas que rehusasen participar en la preparación de los encuentros contra Suecia y Suiza no sufrirían represalias y el anuncio de profundos cambios estructurales y ceses en la Federación –anoche fue relevado el hasta ahora número dos, Andreu Camps, como exigían las jugadoras– han restaurado un clima de confianza y posibilitado una esperanzadora tregua, que debería preceder a una paz definitiva, tras una crisis sin precedentes. Una maratoniana reunión con el presidente del Consejo Superior de Deportes posibilitó un acuerdo por escrito que incluye las reclamaciones justas de quienes hacen el fútbol femenino: las recién proclamadas campeonas del mundo y las miles de practicantes de esta actividad.
La situación, antes y después del beso no consentido de Luis Rubiales a Jenni Hermoso, había llegado a tal extremo que la Federación aparecía de espaldas al fútbol de las mujeres, pretendiendo someter a las jugadoras al dictado de la sinrazón contra la igualdad. Una organización de hombres intentando imponerse sobre la dignidad de las campeonas, tratadas como piezas de recambio de un engranaje de poder y dinero, y cuya gesta se ha visto injustamente relegada a un segundo plano por un escándalo que ha hecho estallar un estado de cosas insostenible hace tiempo. Por ello era imprescindible la intervención del Gobierno dentro de sus competencias y también en el ejercicio de su autoridad institucional. Lo contrario habría supuesto una dejación de sus responsabilidades, de la que la crisis ahora encarrilada fue en parte una consecuencia.
El salto en todos los sentidos que ha de suponer para el fútbol femenino el Mundial alcanzado por la selección ha de verse reflejado, entre otros aspectos, en los avances que las jugadoras reivindican. Como deportistas y como mujeres con visibilidad que no están dispuestas a que nadie las trate como dependientes de un sistema construido al margen de ellas. Desatascado un conflicto que ha llegado demasiado lejos, cabe esperar que el sentido común devuelva una normalidad definitiva a una especialidad de la que cabe esperar un fuerte auge y grandes éxitos.
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