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El europeísmo ganó ayer las elecciones al Parlamento de la Unión frente al temor instalado durante toda la campaña sobre la posibilidad de que la ... extrema derecha y el euroescepticismo llegasen a frenar drásticamente el proceso de integración comunitaria. Las formaciones ultras crecieron con fuerza al arrasar en Francia –lo que empujó a Emmanuel Macron a disolver la Asamblea Nacional y adelantar las legislativas–, anotarse una clara victoria en Italia y alcanzar el segundo puesto en Alemania. Su auge, menor del pronosticado, no impidió que el conservadurismo democrático, los socialdemócratas y los liberales –los tres principales grupos sobre los que históricamente ha pivotado la construcción europea– mantuvieran su mayoría absoluta en la Cámara de Estrasburgo, aunque complicará la administración de los intereses comunes, lo que en ningún caso debería variar la agenda de la UE.
El escrutinio allana el camino hacia una reedición de la alianza de esas tres fuerzas en torno a una Comisión presidida por Ursula von der Leyen, salvo que sus guiños a Giorgia Meloni le pasen factura. Pero el desplazamiento del arco parlamentario hacia la derecha y hacia los nacionalistas se hará sentir también en la gobernación de varios países. No solo los partidos de centro-derecha tienen desde hoy el cometido de evitar que el populismo de ultraderecha se consolide en tanto que frente único. También la socialdemocracia está obligada a procurar que en su lado del tablero no acabe cuajando un bloque homogéneo capaz de lastrar a la Unión hasta desdibujarla tanto en términos de cohesión interna como en cuanto a su presencia singularizada en el escenario internacional.
La clara victoria del PP en España –también en Cantabria–, al superar en cuatro puntos a los socialistas, le rearma moralmente, si bien no alcanza el clamor plebiscitario que perseguía en una campaña polarizada al máximo. El PSOE ha resistido con entereza unos comicios en los que partía con unas expectativas inferiores y sobre los que ha planeado la investigación judicial a Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez. La ajustada ventaja de Sumar sobre Podemos no oculta el declive de ese espacio, cuya división ha consolidado a Vox como tercera fuerza pese a la sorprendente irrupción como competidor de Se Acabó la Fiesta en un arco parlamentario que gira hacia la derecha.
La política nacional y sus líderes no deberían interpretar el 9J solo como medición de los equilibrios domésticos, sin siquiera extraer la conclusión básica de que ayer en nuestro país volvió a ganar sobradamente el europeísmo como un punto de encuentro que ningún partido de Gobierno puede desdeñar. A partir de ahí, es necesario que todas las formaciones sean capaces de valorar el escrutinio midiendo no solo hasta qué punto las respectivas estrategias les han beneficiado o perjudicado particularmente, sino han beneficiado o perjudicado a la convivencia y al entendimiento entre los españoles. Sería descorazonador que, empezando por el PSOE y el PP, concluyeran que han de perseverar en la estrategia de confrontación, incluso enconándola más, para así tratar de obtener los objetivos que no hubiesen logrado ayer. Ninguno de los problemas que Pedro Sánchez tenía la víspera para garantizar la continuidad de la legislatura se ha aliviado. Entre otras razones, porque casi todos sus socios salieron malparados de las urnas. La elección hoy de la Mesa del Parlamento de Cataluña podría reflejar parte de su decepción.
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Ana del Castillo
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